The New York Times
Por: Mujib Mashal/The New York Times
NUEVA DELHI — India y Pakistán aparentan haberse alejado del abismo. Pero el caótico enfrentamiento de cuatro días entre estos enemigos poseedores de armas nucleares tuvo tantos elementos nuevos y tantos de los factores subyacentes siguen siendo volátiles, que poco sugiere que la tregua signifique un regreso a los antiguos patrones de moderación.
Una nueva generación de tecnología militar impulsó una vertiginosa escalada aérea. Oleadas de ataques aéreos y descargas antiaéreas con armas modernas prepararon el terreno. Pronto se les unieron drones armados en masa por primera vez, tanto a lo largo de las fronteras de los dos países como en las profundidades de su territorio. Los misiles y drones entonces impactaron directamente bases aéreas y de defensa en ambos lados, lo que desató graves amenazas y accionó el máximo nivel de alerta militar.
Sólo entonces pareció involucrarse seriamente la diplomacia internacional. En un nuevo capítulo global definido por conflictos peligrosos, líderes distraídos y un sentido decreciente de responsabilidad internacional para mantener la paz, la red de seguridad nunca había parecido más débil.
Srinath Raghavan, historiador militar y analista estratégico, señaló que ninguno de los dos países cuenta con una base militar industrial significativa, y que la necesidad de depender de la venta de armas del extranjero significa que la presión externa puede tener un efecto. Sin embargo, las posturas de ambas partes parecieron más extremas esta vez.
“Parece haber una mayor determinación por parte del Gobierno indio para asegurarse de que los pakistaníes no sientan que pueden simplemente salir bien librados o vengarse”, dijo. “Lo cual sin duda forma parte de la escalada. Ambas partes parecen creer que no pueden permitir que esto termine con la otra parte sintiendo haber salido como el dominante”.
Cuatro días de conflicto
Las realidades políticas en India y Pakistán —ambos presas de un arraigado nacionalismo religioso— permanecen inalteradas tras los combates. Y eso crea quizás el mayor impulso hacia un tipo de confrontación que podría salirse nuevamente de control.
Pakistán está dominado por un establecimiento militar encabezado por un General de línea dura quien es fruto de décadas de esfuerzos por islamizar las fuerzas armadas. Y el triunfalismo del nacionalismo hindú, que está transformando la democracia laica de India, ha impulsado una actitud inflexible hacia Pakistán.
La chispa que desencadenó los últimos combates fue un atentado terrorista en el lado indio de Cachemira que mató a 26 civiles el 22 de abril. India acusó a Pakistán de apoyar a los atacantes. Pakistán negó toda implicación.
La crisis puso fin a una pausa de seis años en la que el Gobierno indio del Primer Ministro Narendra Modi había adoptado una estrategia de dos aristas hacia Pakistán: intentar aislarlo con contacto mínimo y reforzar la seguridad interna.
Abundaron declaraciones de ambas partes en los cuatro días del conflicto, insinuando que habían logrado su cometido y estaban listos para la moderación. Pero cada noche hubo violencia y escalada.
Lo que pareció desencadenar la presión diplomática de EU, con la ayuda de Arabia Saudita y otros Estados del Golfo Pérsico, fue el posible siguiente paso en una rápida escalada para dos potencias nucleares.
Poco antes de anunciarse un alto el fuego el 10 de mayo, las autoridades indias dejaron entrever que cualquier nuevo ataque terrorista contra India enfrentaría niveles de fuerza similares.
“Hemos dejado a la historia futura de India preguntar qué ventajas político-estratégicas, si es que las hubo, se lograron”, dijo el General Ved Prakash Malik, ex jefe del Ejército indio.
Hari Kumar contribuyó con reportes a este artículo.
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