La lucha de una mujer por el derecho a planear su muerte

La provincia de Quebec en Canadá es uno de los pocos lugares del mundo que permite a una persona con una enfermedad incurable elegir la muerte médicamente asistida.

  • 20 de mayo de 2025 a las 14:12 -
The New York Times

Por: Norimitsu Onishi/The New York Times

LÉVIS, Canadá — Una tarde reciente, Sandra Demontigny intentó poner en papel cuándo moriría.

“Me senté en un rincón con una vela a mi lado, sólo para crear mi propia burbuja, para pensar y llorar un poco”, dijo.

Había reflexionado sobre este momento durante años, había luchado incansablemente por él. Pero las palabras se negaban a salir. El formulario ante ella permanecía en blanco.

El otoño pasado, la provincia canadiense de Quebec se convirtió en uno de los pocos lugares del mundo que permite a una persona con una enfermedad grave e incurable elegir la muerte médicamente asistida por adelantado —quizás años antes del hecho, cuando la persona aún tiene la capacidad mental para tomar una decisión tan trascendental.

Incluso cuando Demontigny —de 45 años y madre de tres hijos, diagnosticada con una forma rara de Alzheimer de inicio temprano— comenzó a perder la memoria, se convirtió en el rostro de la campaña para extender el derecho a morir en Quebec.

Ante Ministros de salud y legisladores, en programas de entrevistas y en entrevistas, habló de cómo heredó el gen del Alzheimer presente en su familia. Recordó cómo su padre, de mediana edad, se volvió irreconocible y agresivo en los últimos años de su vida. Se convirtió en portavoz de la Federación de Sociedades de Alzheimer de Quebec y escribió el libro “The Urgency to Live”. Quería morir con dignidad.

En su apartamento de una recámara, Demontigny hablaba entre los maullidos de su gata siamés, Litchi. Su pareja, André Secours, estaba de visita. Demontigny se mudó hace un año al departamento, dentro de una residencia para personas mayores en Lévis, porque necesitaba más ayuda. Decidió vivir sola, no queriendo ser una carga para su familia. Sus dos hijos mayores ya son adultos, y el menor se fue a vivir con el ex marido de Demontigny.

Su puerta principal estaba llena de notas recordatorias. Los vestidos en su clóset estaban ordenados metódicamente y archivados con fotos en su teléfono inteligente. Sin embargo, ningún sistema era infalible.

“Estoy haciendo algo, y Litchi pasa a mi lado, y yo la sigo y olvido lo que estaba haciendo”, dijo.

Demontigny trabajó como partera en Bolivia, la República Democrática del Congo y otros lugares antes de que le diagnosticaran Alzheimer a los 39 años. Decidió ser partera tras el difícil parto de su primer hijo. El obstetra, relató, realizó un procedimiento sin avisarle.

Para Demontigny había una relación directa entre un parto decoroso y una muerte decorosa. “La vida y la muerte se asemejan”, afirmó.

Secours, de 72 años, y Demontigny vacacionaron en Costa Rica el año pasado y esperaban ir de safari a Sudáfrica, comentaron.

¿A dónde va la conciencia al tener un roce con la muerte?

Quizás era esto, la vida que aún podía disfrutar, lo que le dificultaba a Demontigny poner por escrito, como exige la ley, las “manifestaciones clínicas” que llevarán a la muerte asistida.

Había escrito en su libro que quería que se llevara a cabo la muerte asistida cuando se cumplieran ciertas condiciones, como no poder reconocer a ninguno de sus hijos y comportarse agresivamente con sus seres queridos. Pero no se atrevía a escribirlo en los formularios, todavía no.

“No voy a cambiar de opinión porque para mí, en mi situación, ese es el mejor fin posible”, dijo. “Pero no quiero morir. No estoy lista. Eso no es lo que quiero”.

“No voy a cambiar
de opinión porque para mí, en mi situación, ese es el mejor fin posible”.

©The New York Times Company 2025

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Staff NYTimes
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