El impacto de la migración en el mundo rico: crisis y necesidad

Los países ricos rechazan la migración, pero enfrentan una crisis laboral. A largo plazo, la escasez de trabajadores podría hacer que necesiten más inmigrantes.

  • 13 de febrero de 2025 a las 19:47 -

Por: Lydia Polgreen/The New York Times

Vivimos en una era de migración masiva.

Millones de personas del mundo pobre intentan cruzar mares, bosques, valles y ríos en busca de seguridad, trabajo y un futuro mejor.

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Alrededor de 281 millones de personas viven ahora fuera del país en el que nacieron, un nuevo máximo del 3.6 por ciento de la población mundial, reporta la Organización Internacional para las Migraciones, y el número de personas obligadas a abandonar su País debido a conflictos y desastres es de unos 50 millones —un máximo histórico. En la última década, el número de refugiados se ha triplicado y el número de solicitantes de asilo se ha más que cuadruplicado.

La oleada de personas que intentan llegar a Europa, Estados Unidos, Gran Bretaña, Canadá y Australia ha desatado un pánico generalizado. En todo el mundo rico, los ciudadanos han llegado a la conclusión, impulsados por los populistas de derecha, de que hay demasiada inmigración. La migración se ha convertido en la línea de fractura crítica de la política. El Presidente Donald J. Trump debe su regreso a la Casa Blanca en buena dosis a persuadir a los estadounidenses, cuyo País se construyó sobre la migración, de que los inmigrantes son ahora la principal fuente de sus males.

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Pero estas respuestas vituperantes revelan una paradoja: los países que denostan a los inmigrantes, lo reconozcan o no, necesitan seriamente gente nueva. Un país tras otro del mundo rico enfrenta un futuro con millones de jubilados y muy pocos trabajadores para mantener a flote sus economías y sociedades.

La respuesta de la derecha a este problema es fantástica: expulsar a los inmigrantes y reproducir a los nativos. Sostienen que cualquier dolor económico a corto plazo debe soportarse para salvaguardar la identidad nacional frente a la horda que se aproxima. Pero podemos ver cómo se está desarrollando este enfoque, en un laboratorio favorecido por Trump y los de su calaña.

En Hungría, las dos obsesiones del Gobierno de Viktor Orban son excluir a los inmigrantes y aumentar la anémica tasa de natalidad del País. Pero Hungría casi no ha logrado avances en lo segundo, y en lo primero, el Gobierno ha estado cortejando a trabajadores invitados ante una crisis laboral crónica. Eso a pesar de que Orban declaró en el 2016 que “Hungría no necesita ni un solo migrante para que la economía funcione o la población se sostenga”.

Buscar trabajo en el extranjero

Y ahora, los húngaros, particularmente los jóvenes, capacitados y ambiciosos, se están convirtiendo en migrantes. Ante una economía débil, el 57 por ciento de los jóvenes húngaros dijo en una encuesta reciente que planeaban buscar trabajo en el extranjero en la próxima década; sólo el 6 por ciento dijo que definitivamente planeaba quedarse en Hungría.

El Gobierno ha gastado millones para intentar atraer a los jóvenes húngaros de vuelta a casa, pero los demógrafos dicen que la población podría caer a 8.5 millones para el 2050, una pérdida de alrededor de un millón de personas.

La Hungría de Orban debería ser una advertencia para otras naciones. Sin embargo, pese a la centralidad de la migración para nuestra política y nuestro mundo, nadie realmente la entiende.

El debate político sobre la migración hoy parece estar dominado por una serie de supuestos: que la migración se realizará desde el sur global hacia el norte global; que los países más ricos siempre controlarán los términos bajo los que eso suceda; y que los países ricos siempre podrán elegir entre las personas más talentosas y rechazar al resto.

Pero hay muchas razones para creer que con el tiempo estos supuestos fracasarán ante una enorme reordenación del mapa de oportunidades en todo el mundo.

Ya vemos a los jóvenes de muchos países europeos abandonar sus países de origen —muchos de ellos a otros países ricos de Occidente, pero también a las economías de rápido crecimiento de los Estados del Golfo y de Asia. A medida que las economías europeas luchan por crecer y más personas abandonan la fuerza laboral, es probable que estas tendencias se aceleren. Trump, el líder del destino migratorio más socorrido del mundo, ha propuesto políticas que podrían llevar a Estados Unidos por un camino similar.

Lo que los líderes del mundo rico no parecen comprender es que la lista de países que necesitarán más gente está creciendo rápidamente, a medida que las tasas de natalidad se desploman. La política del mundo rico gira en torno a la idea de que la escasez de recursos significa mantener a la gente fuera. No está preparada para un mundo en el que quizás el recurso más escaso sean las personas.

Después de que fue depuesto el dictador sirio Bashar al-Assad, los gobiernos de toda Europa no perdieron el tiempo en anunciar que suspenderían las solicitudes de asilo de los sirios, claramente ansiosos por ver la partida de los sirios que habían huido de la guerra civil del País. Pero en Alemania, a los funcionarios de salud les preocupó que, en medio de la escasez de trabajadores médicos, perder a miles de médicos sirios sería un duro golpe.

Canadá necesita trabajadores de la construcción calificados. Italia necesita soldadores. Suecia necesita plomeros. Y a medida que Trump intenta llevar a cabo su prometido programa de deportación masiva, lo que comen los estadounidenses, cómo cuidan a sus hijos y ancianos y cuántas casas se construyen, todo se verá transformado.

Las políticas restrictivas tienden a durar mucho tiempo y tener consecuencias imprevistas. Las personas que ven negada la entrada a un país encontrarán una manera de construir vidas en otro lugar, llevando sus ideas, talentos e impulso a otros lugares. Esto se debe a una fuerza poderosa y a menudo ignorada: la voluntad de los migrantes.

La atracción de permanecer en el lugar de nacimiento es uno de los impulsos humanos más poderosos. Tener la voluntad de buscar algo nuevo y dejar atrás todo y a todos los que conoces es un profundo acto de autocreación.

El pánico por la migración es en realidad un pánico por el futuro —y por el progreso. Los inmigrantes esperan construir algo nuevo. Detrás de la oposición a la migración hay una creencia de que la única manera de proteger el futuro es hacerlo más parecido al pasado mítico, construir algo viejo.

Al final de la Segunda Guerra Mundial, las potencias victoriosas de Europa decidieron que garantizar la paz en el continente requería trasladar a un gran número de personas a Estados más ampliamente homogéneos. Una de las tareas más importantes fue desarraigar a millones de alemanes étnicos que habían vivido durante mucho tiempo en Polonia, Checoslovaquia, Rumania y más allá y obligarlos a trasladarse dentro de la nueva frontera de Alemania. Fue un proceso despiadado y brutal.

Muchos ucranianos querían deshacerse de los polacos y muchos polacos querían deshacerse de los ucranianos. Los húngaros fueron expulsados del territorio checo. Sorprendentemente, 4 mil judíos de Europa central y oriental figuraron entre los obligados a abandonar sus hogares.

Sin embargo, casi de inmediato, la visión de Estados en gran medida homogéneos chocó con la realidad de que se requeriría un movimiento relativamente libre de personas para reconstruir los países destrozados después de la guerra. En medio de la repentina prosperidad del auge económico de la posguerra, comenzó un gran desarraigo voluntario, llevando a los europeos a cruzar fronteras en busca de trabajo. Los países también miraron más lejos —Alemania a Turquía, Francia y Gran Bretaña a sus antiguas colonias en África y Asia. Con el tiempo, los beneficios de la diversidad y la facilidad de movimiento de personas y bienes llevaron a la creación de la Unión Europea.

En el caso de Estados Unidos, fundado por colonos europeos con base en la premisa de que los extranjeros eran esenciales para la prosperidad de la nación, el problema durante gran parte de su historia temprana fue la escasez de gente. Durante un siglo, casi cualquier persona libre que llegara a Estados Unidos podía quedarse.

Pero las actitudes gradualmente se volvieron contra la migración. Algunas de las primeras políticas de restricción de Estados Unidos fueron contra los inmigrantes chinos, a partir de la década de 1880, y la Ley de Inmigración de 1924 fue diseñada para desalentar a los trabajadores no calificados del sur y el este de Europa y prohibir a casi todos los inmigrantes de Asia. Estas leyes estaban impulsadas por nociones racistas que sugerían que sólo los europeos protestantes blancos y sus descendientes representaban la verdadera identidad estadounidense.

Un estudio de Harvard de 2024 halló que la exclusión china deprimió el crecimiento económico en el oeste de EU, donde vivía una gran mayoría de inmigrantes chinos, y tuvo consecuencias negativas para la mayoría de los trabajadores. Los efectos duraron hasta poco antes de la entrada de EU en la Segunda Guerra Mundial.

Otra investigación demostró cómo las estrictas cuotas impuestas a los inmigrantes del sur y el este de Europa obstaculizaron la innovación estadounidense —caracterizada por una caída significativa en el número de patentes otorgadas a científicos estadounidenses.

Estos hallazgos son particularmente conmovedores cuando se piensa en quiénes fueron excluidos. Estados Unidos mantuvo su estricto sistema de cuotas pese a la desesperada situación de los judíos europeos que intentaban huir de los nazis. Sorprendentemente pocos judíos alemanes lograron obtener visas. Los judíos de Europa del Este casi no tenían ninguna posibilidad. Millones morirían en el Holocausto.

Estos horrores llevaron a la creación de leyes internacionales que rigen los derechos de los refugiados y la responsabilidad de brindar asilo a quienes necesitan seguridad. También es parte de la razón por la que tantos refugiados sirios se encuentran hoy en Alemania. En el 2015, cuando Europa enfrentaba cifras récord de solicitantes de asilo, la mayoría de ellos procedentes de Siria, Afganistán e Irak, la canciller alemana, Angela Merkel, hizo su famosa declaración: “Podemos arreglárnosla”.

Casi de inmediato, la opinión pública se volvió en su contra y en toda Europa se desató la política de derecha antiinmigrante. Menos de un año después, Gran Bretaña votó a favor de abandonar la UE, con muchos electores citando la inmigración como su principal preocupación. Y no mucho después, Trump aprovechó los temores sobre la concentración de inmigrantes en la frontera sur para llegar a la Presidencia, prometiendo construir un muro fronterizo y prohibir la entrada de musulmanes al País. En todo el mundo desarrollado, los partidos de extrema derecha obtuvieron apoyo y comenzaron a tomar el poder. Esta marcha hacia la derecha antiinmigración ha continuado. De cara a las elecciones de finales de este mes, el partido de extrema derecha Alternativa para Alemania ocupa sistemáticamente el segundo lugar en las encuestas, con una quinta parte de los votos.

Los duros intentos por controlar el tamaño y el movimiento de una población a menudo tienen consecuencias imprevistas. Basta mirar, en una analogía imprecisa, pero adecuada, a la política de hijo único de China que se implementó hace casi 50 años. Hoy la subpoblación es un reto importante para las perspectivas de China. Casi seguramente estará entre las naciones que competirán con Occidente por los inmigrantes en las próximas décadas.

A lo largo de la historia, la migración tiende a producir dos resultados: una reacción fuerte, pero de corto plazo entre quienes viven en el lugar de destino de los migrantes, seguida a mediano y largo plazo por una mayor abundancia y prosperidad. Cualquiera que sea la pesadilla que empujó a la gente a abandonar sus hogares, su llegada desata torrentes de dinamismo humano. El movimiento de personas está indisolublemente ligado al progreso humano.

En parte, eso es económico. La historia está repleta de ejemplos de políticas migratorias liberales que condujeron a una amplia prosperidad.

En nuestro mundo interconectado, las fronteras duras y el control con mano de hierro son una fantasía. La migración requiere que las personas en los lugares donde llegan los migrantes vean más allá del impacto inmediato de vivir junto a gente nueva de diferentes lugares y conciban las posibilidades a largo plazo que tales llegadas siempre conllevan.

Hoy eso podría parecer extremadamente improbable. Puede que a Occidente no le gusten los inmigrantes —pero, al igual que los pacientes alemanes ancianos que buscan un médico, seguramente los extrañarán cuando se hayan ido.

Lydia Polgreen es columnista del New York Times y co conductora del podcast “Matter of Opinion”.

©The New York Times Company 2025

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