Son las cinco de la mañana cuando la potente voz del periodista Juan Carlos Barahona se escucha en los hogares de miles de hondureños en todos los rincones del país. Originario de Sulaco, Yoro, ha llevado su vida de manera ponderada y hasta discreta. Uno de sus peores momentos fue cuando le confirmaron que su amigo y colega Alfredo Villatoro había sido secuestrado y asesinado.
Pasé toda mi primaria en Sulaco. Al terminar la escuela, en 1967, me tocó salir a Yoro para estudiar. Fue todo un drama para mis papás sacarme de Sulaco, yo no quería.
Desde pequeño narraba partidos en la escuela. Me aprendía con facilidad los nombres de los jugadores de todos los equipos, me los sabía de pe a pa (risas). Siempre tuve claro que iba a ser periodista.
Muy joven, todavía estaba en la secundaria y vine a vivir donde una tía que tenía cinco varones, todos estudiaban Ingeniería. De repente aparecí estudiando Ingeniería Química.
Es un valle, el más grande después de El Negrito. Es extenso, cruzado por cuatro ríos. Es cálido y dedicado al cultivo de maíz.
A eso nos dedicamos con mi familia, mi papá es agricultor y yo lo heredé. Mi otra pasión aparte del periodismo es la agricultura.
Desde pequeño lo que hacía era ayudar, aunque no era muy apegado al tema de la labranza (risas). Recuerdo que era más a fuerza que me llevaban.
Tuve educación, cariño y alimentación. Mi mamá era maestra y recuerdo que me pegó en cuarto grado. Antes era normal que los maestros nos fajearan o nos dieran con una varita. Aprendí a leer muy pequeño.
Esa separación fue muy traumática. Lloraba todas las noches. Era una cosa terrible, me tenían que subir a la fuerza al bus o a la pailita.
Alcancé a viajar todavía en baronesa, era un camión con asientos adaptados. Me tardaba en llegar como ocho horas a Tegucigalpa.
Las Navidades, el río y las amistades, aunque sigo en contacto con la mayor parte de mis amigos. Mis padres están vivos y voy seguido.
Primero haberme dado la vida que es el regalo más grande. Les agradezco la calidad de vida que me dieron, siempre me sentí un hijo querido y amado. Nunca me reprendieron ni me vieron de menos.
Tanto para castigar no.
Hasta que empecé a trabajar en deportes. Estudiaba Periodismo en esa época y me ayudaban económicamente. Siempre que iba a Sulaco me daban dinero (risas).
No, nunca les dije no (risas). Sabía que lo hacían de corazón.
Les doy, pero les cuesta agarrarlo. Me dicen que yo lo ocupo más.
Mi mamá (76) vive de su jubilación y mi papá (81) trabaja en el campo. Todos los fines de semana me voy a pasarla con ellos.
Vine a Emisoras Unidas en 1988. Trino Murillo, también de Sulaco, me recomendó con Diógenes Cruz. Estuve colaborando en programas deportivos. En 1989 ya formé parte del equipo.
Raúl Valladares. Fuimos compañeros en el colegio y cuando vine a la radio él ya estaba aquí.
Di el salto a finales de 1994. Me tocó reportear poco.
Desde 2005 asumí con Alfredo Villatoro El Matutino, encargados de todos los noticiarios también. Me gusta mucho escribir, me considero mejor escritor que locutor.
Soy un empedernido lector. Disfruto mucho el libro físico, no creo que dé ese paso a la lectura electrónica. Cuando estaba en tercer grado esperaba a mi abuelo que regresara de San Pedro Sula con diario LA PRENSA y lo leía todo.
A todos. Escuchaba mucho la radio y me sabía el nombre de todos. Cuando iba al estadio andaba con mi radio y cuando mandaban a la cancha quedaba buscando a ver quién se movía. (Risas)
Mucho, soy motagüense y disfruto más los partidos de mi equipo que los de la misma Selección.
Tengo pocas amistades. Genero confianza, me dicen que soy buena gente.
Sí, bastante. Ahora que el formato de la radio ha entrado en la televisión hay gente que me reconoce.
No (risas). No hay razón, además soy introvertido. Soy muy apartado, le huyo a las reuniones sociales, no me siento bien en medio de la gente que no son mis amigos ni compañeros.
Fuimos grandes amigos. Yo logré entender cuánto lo quería cuando se dio su secuestro.
El deporte nos unió, yo trabajando para HRN y él en Radio América. Era un gran motagüense, fuimos miembros de la junta directiva del Motagua, él como vocal 40 y yo como 42 (risas).
Mucho, al recordarlo en cada aniversario lo sigo llorando.
El secuestro me impactó y tuve que confirmarlo.
Siempre recibimos amenazas, pero uno no les presta atención. Siempre tuvimos cuidado al dar las noticias. Nunca me confió que estuviera amenazado.
No sé, pero cuando comenzó aquel tema del asesinato de policías, el secretario de Seguridad en ese entonces, Óscar Álvarez, nos pidió que no tocáramos ese tema.
Sí, porque él no tenía negocios ni inversiones. Se dedicaba a su familia. Indagué sobre su muerte y nadie sabe las causas.