18/04/2024
11:06 PM

Don Armando: 'El día que ella me falte, yo me muero”

Elena y Armando siguen tan enamorados como el día que se conocieron hace 45 años.

A paso lento, casi arrastrando sus pies y agarrada con sus manos a los brazos de don Armando Castro (70) se aferra doña Elena López (82). Emprenden el camino desde su habitación hasta el patio trasero de su casa en el centro de la ciudad de El Progreso, Yoro.

Son tan solo 10 pasos, pero para ella significan una distancia infinita; se cansa con facilidad, él la alienta a tratar de andar por sí sola.

‘¡Me voy a caer, Armando! ¡Me voy a caer!’, repite angustiada al quedar tambaleando luego de un mal movimiento.

Él con voz suave le responde, tratando de apaciguar el miedo que la aturde: “Amor, no se preocupe, yo la llevó, confíe en mí”.

Estos esposos llevan 45 años de casados y el amor que se profesa uno por el otro está más vigente que nunca.

Para ellos la verdadera prueba de amor comenzó hace 15 años, cuando doña Elena se enfermó. La muerte de su madre le robó las fuerzas y cayó en una profunda depresión. Desde entonces él la cuida con esmero.

Su amor fue a primera vista, se conocieron en la iglesia, donde ambos asistían. En ese entonces ella, que era maestra de secundaria, tenía un pretendiente, el cual dejó por don Armando, con quien procreó una hija.

“Ella era y es muy guapa, nos casamos un año después de andar de novios. No todo ha sido bueno, tuvimos momentos difíciles, yo fallé muchas veces, pero aprendimos a perdonarnos y a tener paciencia entre nosotros, porque nos amamos. Dios ha sido nuestra luz”, contó el feliz esposo. Al preguntarle quién enamoró a quién, don Armando contestó rápidamente: “Ahí donde la ve, ella me conquistó a mí”.

Doña Elena, quien permanecía en silencio sentada junto a él, en el sofá de la acogedora sala, replicó entre sonrisas: “Mentiroso... usted era quien me enamoraba”.

Aunque su hija le pide que se vayan a vivir a su hogar, ellos prefieren estar solos.

Para don Armando los días son largos, se levanta a las cuatro de la madrugada a bañarla, cambiarla y peinarla. No se va al trabajo sin prepararle el desayuno.

“Ella depende totalmente de mí, por eso voy adonde ella va, una muchacha la cuida, pero la dejo lista todos los días, porque nadie la atiende como yo”, aseguró don Armando ante la mirada fija de su esposa, la que puso sutilmente la mano sobre la rodilla de él agradeciéndole con ese gesto su devoción por ella.

A las ocho en punto, él sale hacia su trabajo en la veterinaria adonde se encarga de las ventas y de cobrar; la tienda queda, para su fortuna, a una cuadra y media de su hogar. “Como estoy cerca vengo a cada rato a verla, y siempre la estoy llamando por teléfono. A ella le gusta que yo le escoja lo que debe comer en el almuerzo”. Cuando Maritza, la señora que la cuida, no llega, don Armando se la pasa corriendo de su trabajo a su casa, para asegurarse de que esté bien. Él cansancio a veces lo abruma, pues padece de diabetes y de la presión alta, pero nunca cesa en sus labores, pues su mayor satisfacción es servirle a ella.

Mientras él no está, ella se la pasa viendo fotos viejas de su boda y de los viajes que hicieron juntos. Por momentos se sumerge en un silencio profundo, para escaparse en el mar de los recuerdos.

“A veces se le olvidan las cosas, pero yo me pongo a contarle para que las mantenga presentes, y solo la miro sonreír y sonrojarse”, detalló.

Por las tardes, a través de la puerta metálica de la entrada de la casa, ella vigila la calle, ansiosa, esperando la llegada de Armando. “Cuando lo veo llegar me emociono, yo lo amo con todo mi corazón”, dijo Elena, quien siempre lo recibe con un beso en los labios.

Él contó que muchas veces sus amigos y familiares le han aconsejado que la interne en un asilo, pero se ha negado, pues dice que estarán juntos hasta que la muerte los separe.
“Una vez el pastor me dijo que la llevara a una casa para ancianos porque así yo podría estar más tranquilo y cuidar de mi salud. Recuerdo que vine llorando a la casa de solo imaginar esa situación. El día que ella me falte yo me muero”.

Este 14 de febrero, él sorprendió a Elena con un arreglo floral. “Yo le pregunté qué hacían esas flores ahí, y me dijo que eran para mí, él siempre fue detallista conmigo”, dijo mientras sujetaba el reloj, que hace muchos años Armando le obsequió y que nunca se quita de la muñeca.

Para don Armando, las cuatro décadas que llevan de matrimonio son como las “bodas de agua”, mucho amor y mucho aguante.