Redacción.
Tendría 36 años el relojero César Guerra Alvarado cuando fue conducido a las cañeras para ser quemado vivo, luego de una riña que sostuvo bajo los efectos del alcohol. “Dios me salvó ”, dice ahora que está retirado de la bebida.
Envalentonado por los efectos del alcohol, en esa ocasión el relojero atacó con envases quebrados de cerveza, a cuatro sujetos en una cantina de San Pedro Sula, pero cuando se le terminaron las botellas, comenzó su camino hacia la muerte. Todo empezó cuando los cuatro tomadores pidieron una tanda de canciones a un mariachi que divertía a la clientela en ese bar del barrio Barandillas. En la euforia de la embriaguez el relojero pegó un grito al escuchar su canción Un puño de tierra.
Esto no le gustó a los individuos que pagaban las canciones, uno de los cuales derribó de un puñetazo al entrometido. “Pero como el bolo se las lleva de Supermán, en cuanto me levanté fui quebrando uno a uno los envases de cerveza que me había tomado y los lancé contra ellos”. Una de las botellas fue a pegar con su filo en la garganta de uno de los sujetos. Estos se abalanzaron entonces contra el relojero y lo golpearon hasta dejarlo inconsciente. Lo maniataron y lo metieron al baúl de un turismo.
“Desde allí ya iba muerto. Me desperté con las manos amarradas en las cañeras y lo primero que vi fue a un hombre que venía hacia mí con un galón de gasolina”.
Sabiendo que lo iban a quemar vivo, le imploró a los hombres que no lo hicieran porque iban a tener problemas ya que él era sobrino del director de la policía de investigación que en ese tiempo se conocía como DIN .
El sujeto se detuvo, para comprobar si era cierto lo que estaba diciendo. Le sacó su tarjeta de identidad y al ver que su segundo apellido era Alvarado, dijo a sus compañeros: ‘puede ser cierto porque el director se llama Hugo Nelson Alvarado’.
“Dios me puso esas palabras en mi boca porque yo ni siquiera sabía quien era el director del DIN”, comentó.
Los sujetos desistieron de su propósito, no sin antes descargarle otra batería de golpes. Lo volvieron a subir al carro y lo llevaron al DIN bajo la acusación de que intentó matar a uno de ellos.
A los dos días de estar encarcelado lo vio el director policial y notando el estado deplorable en que se encontraba, ordenó que lo liberaran por temor a que se les fuera a morir allí.
En aquellos tiempos el relojero estaba tan alcoholizado que después de cada parranda se llevaba dos octavos de aguardiante a la casa porque sabía que en la madrugada lo atacaría la goma. En cuanto se despertaba acudía a tomárselos, pero le temblaban tanto las manos que los tomaba directamente con la boca.
En una de esas horrendas crudas decidió acudir a la Unidad de Desintoxicación Alcohólica (UDA) que funcionaba en el Hospital Leonardo Martínez, pero como llegó muy tarde no lo atendieron. “Pues voy a seguir bebiendo”, pensó. Sin embargo, cuando iba por el portón de salida escuchó que alguien le gritó: ‘César, no te vayas que te van a atender’.
Era un amigo enviado por Manuel Morales, un alcohólico en abstinencia quien se dedica a ayudar a otros y había intercedido para que lo atendiera la doctora Eva Espinal de la UDA.
“¡Ayúdeme doctora!”, imploró temblando el relojero al ver a la mujer en su gabacha verde. Como respuesta le aplicó dos inyecciones dobles de Diazepan. Nueve días permaneció internado. Además de desintoxicarlo, allí le hicieron la prueba del Sida, cuyos resultados esperó con nerviosismo pues “el bolo se mete con cualquier mujer, pero tuve suerte porque salí negativo”.
Al darle el resultado un médico le informó que había evolucionado bien en su tratamiento y estaba listo para salir. “Allá vos si querés seguir bebiendo. Lo que te puedo sugerir es que busqués Alcohólicos Anónimos o te congregués en una iglesia”, le dijo al despedirlo. Ahora tiene 19 años de no ingerir una gota de alcohol porque buscó ayuda en AA.
Tendría 36 años el relojero César Guerra Alvarado cuando fue conducido a las cañeras para ser quemado vivo, luego de una riña que sostuvo bajo los efectos del alcohol. “Dios me salvó ”, dice ahora que está retirado de la bebida.
Envalentonado por los efectos del alcohol, en esa ocasión el relojero atacó con envases quebrados de cerveza, a cuatro sujetos en una cantina de San Pedro Sula, pero cuando se le terminaron las botellas, comenzó su camino hacia la muerte. Todo empezó cuando los cuatro tomadores pidieron una tanda de canciones a un mariachi que divertía a la clientela en ese bar del barrio Barandillas. En la euforia de la embriaguez el relojero pegó un grito al escuchar su canción Un puño de tierra.
Esto no le gustó a los individuos que pagaban las canciones, uno de los cuales derribó de un puñetazo al entrometido. “Pero como el bolo se las lleva de Supermán, en cuanto me levanté fui quebrando uno a uno los envases de cerveza que me había tomado y los lancé contra ellos”. Una de las botellas fue a pegar con su filo en la garganta de uno de los sujetos. Estos se abalanzaron entonces contra el relojero y lo golpearon hasta dejarlo inconsciente. Lo maniataron y lo metieron al baúl de un turismo.
| Sigue apegado a los principios de Alcohólicos Anónimos para no recaer.
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Sabiendo que lo iban a quemar vivo, le imploró a los hombres que no lo hicieran porque iban a tener problemas ya que él era sobrino del director de la policía de investigación que en ese tiempo se conocía como DIN .
El sujeto se detuvo, para comprobar si era cierto lo que estaba diciendo. Le sacó su tarjeta de identidad y al ver que su segundo apellido era Alvarado, dijo a sus compañeros: ‘puede ser cierto porque el director se llama Hugo Nelson Alvarado’.
“Dios me puso esas palabras en mi boca porque yo ni siquiera sabía quien era el director del DIN”, comentó.
Los sujetos desistieron de su propósito, no sin antes descargarle otra batería de golpes. Lo volvieron a subir al carro y lo llevaron al DIN bajo la acusación de que intentó matar a uno de ellos.
A los dos días de estar encarcelado lo vio el director policial y notando el estado deplorable en que se encontraba, ordenó que lo liberaran por temor a que se les fuera a morir allí.
| Tiene su taller en el anexo del mercado Guamilito. No le tiembla el pulso al momento de manipular las finas piezas de los relojes, como cuando amanecía de goma.
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En una de esas horrendas crudas decidió acudir a la Unidad de Desintoxicación Alcohólica (UDA) que funcionaba en el Hospital Leonardo Martínez, pero como llegó muy tarde no lo atendieron. “Pues voy a seguir bebiendo”, pensó. Sin embargo, cuando iba por el portón de salida escuchó que alguien le gritó: ‘César, no te vayas que te van a atender’.
Era un amigo enviado por Manuel Morales, un alcohólico en abstinencia quien se dedica a ayudar a otros y había intercedido para que lo atendiera la doctora Eva Espinal de la UDA.
“¡Ayúdeme doctora!”, imploró temblando el relojero al ver a la mujer en su gabacha verde. Como respuesta le aplicó dos inyecciones dobles de Diazepan. Nueve días permaneció internado. Además de desintoxicarlo, allí le hicieron la prueba del Sida, cuyos resultados esperó con nerviosismo pues “el bolo se mete con cualquier mujer, pero tuve suerte porque salí negativo”.
Al darle el resultado un médico le informó que había evolucionado bien en su tratamiento y estaba listo para salir. “Allá vos si querés seguir bebiendo. Lo que te puedo sugerir es que busqués Alcohólicos Anónimos o te congregués en una iglesia”, le dijo al despedirlo. Ahora tiene 19 años de no ingerir una gota de alcohol porque buscó ayuda en AA.