En las últimas semanas la hondureñidad ha estado sometida a sesiones de aprendizaje intensivo, lecciones inobjetables de conciencia ciudadana, cargadas de sorpresa y también de frustración.
La conmemoración del 15 aniversario del golpe de estado o crisis política, como sea que le llamemos con las diferencias enormes que eso significa, no es un tema fácil para Honduras, porque aviva las diferencias de pensamiento que marcaron el pasado, lo siguen haciendo en el presente y seguramente serán decisivas en el futuro.
He paseado por sus calles en innumerables ocasiones, muchísimas veces en mi niñez y juventud, cuando era usual ir “al centro” a hacer compras, a visitar el parque, asistir a la catedral o caminar de paso hacia el barrio Medina, donde estaba la pequeña empresa familiar.
Estaba a punto de iniciar mi escrito, cuando un apagón “inesperado” dejó mi vivienda sin energía eléctrica. No correspondía que sucediera de acuerdo con el recuento que llevamos, tan sencillo como “hoy por la tarde, mañana por la noche”. No estaba anunciado en ninguna parte, pero como suele suceder, duró más de tres horas. Debía posponer mi intención.
Es muy común escuchar la frase “si la vida te da limones, has limonada” como una representación de que debemos utilizar los recursos con los que contamos, con creatividad, con las limitaciones que tengamos y a pesar de ellas, para alcanzar un propósito en la vida.
Es una trampa, no caigamos en ella. Es una mentira que creemos muchas veces, sin darnos cuenta de que ella no existe, sino que la creamos. La rutina, vista como una carga pesada, como una serie de actividades repetidas de manera cansada y con poco sentido, es una invención de la mente y como tal, es posible romperla.
Si hay algo que despierta interés y múltiples emociones actualmente en Honduras, ese es el juicio que deberá llevarse a cabo en Nueva York en pocos días. De más está entrar en detalles de algo que conocemos y que lamentamos desde distintos ángulos: por un lado, desde la tristeza de ver el nombre de nuestro país tan golpeado; por otra, desde la pena de darnos cuenta cuánto nos falta para superar la impunidad.