08/05/2024
12:11 AM

Juventud acumulada

Elisa Pineda

Ella no comprendía cómo yo, que en aquél entonces tendría cerca de 45 años, podía haber vivido tanto antes de que ella llegara aquí.

Mi pequeña hija, con sus ojos muy abiertos y una expresión de asombro e ingenuidad que recuerdo con sumo detalle, me decía pausadamente: “¿Cuántos años dices que tienes?”

Recién había descubierto el ciclo de la vida y aquello de que los seres vivos nacen, crecen, se reproducen y mueren, a ella le parecía preocupante al trasladarlo a su vida familiar, porque después de todo, su propia mamá ya estaba cerca de la última y eso le daba temor.

Explicarle a los pequeños que ese ciclo puede acortarse o alargarse no es fácil, como tampoco ha sido años después explicar a la misma niña -ahora en su versión preadolescente- el respeto que merecen los adultos mayores.

Así fue hace pocos días, cuando me dijo una frase que en algún momento yo también me atreví a decir: “No quiero llegar a la vejez, me da miedo”. Al consultarle el porqué de esa idea, me dijo: “porque los viejitos se quejan, regañan y siempre necesitan del apoyo de los demás”.

Hice para ella la reflexión que me ha correspondido construir para mí y que ahora tenía la oportunidad de transmitirle. Le dije algo así: Debes procurar sembrar amor a lo largo de la vida, que se refleje en la forma en la que tratas a los demás, en buscar comprender y ser comprendida.

La vejez es un regalo de Dios, no un castigo. Es la oportunidad de ver las cosas de otra forma, de disfrutar del amor en otras dimensiones, como el que se tiene a los nietos, de ver cómo se transforman las cosas y descubrirlas como si se volviera a ser niños.

Se trata de un estado de “juventud acumulada” -recordando que una de mis hermanas llama así a esta etapa- porque se ha tenido la oportunidad de vivir y de superar muchas cosas. No lo veas como algo malo, sino como un proceso natural.

Le dije: cuando ves a tus abuelos, por ejemplo, no piensas en todo eso, sino que atesoras los momentos vividos con ellos. Los cuidados, las atenciones que recibes, el acompañamiento y la guía que te dan, en cada cosa hay amor. Con ese mismo amor y respeto deben ser tratados.

Y cuando sientas que las quejas constantes y las necedades de tus seres queridos mayores son difíciles de sobrellevar, busca en tus recuerdos aquellas experiencias en las que ellos han sido muy importantes.

Recuérdalos en sus mejores momentos, en la paciencia que han tenido contigo, en las historias que te han contado, en los pequeños detalles que te hacen crecer.

Pensé que me haría alguna otra pregunta, que no quedaría conforme, pero al final solamente me dijo: ¡Lo haré!

Escuchar las inquietudes de los hijos nos da la enorme oportunidad de guiarlos.

El respeto por los adultos mayores, no solamente por la autoridad que representan, sino por los lazos afectivos y por la experiencia acumulada a través de los años, es fundamental en su formación. El temor a la vejez puede ser algo natural, pero es nuestro deber que no se convierta en rechazo, sino en comprensión y empatía.

Con los años, sabré si hice la siembra en terreno fértil, mientras tanto, debo poner en práctica mis propias palabras. El ejemplo es la mejor herramienta para transformar, ese es el reto cotidiano.