27/04/2024
12:50 AM

Toque de queda

Un coronel, cuyo nombre no mencionaremos, planeaba derrotar al presidente de la República; se había aliado con miembros de la Policía Nacional

    La balacera comenzó en la madrugada poco antes de las 10.00, algunos edificios tomaron fuego en el centro de la ciudad cerca del mercado Los Dolores. Los cadáveres se veían desde los edificios, gente inocente perdió la vida.

    El Ejército nacional logró controlar la situación y por la radio se daban las instrucciones para los civiles. No salgan de las casas, por favor; aunque la situación está controlada, aún hay peligro.

    A las cuatro de la tarde se decretó el toque de queda, patrullas del Ejército peinaban las calles de barrios y colonias, no se permitían grupos en ningún lugar.

    Aun así, había gente desobediente que fue llevada a prisión. Las autoridades ignoraban que en una casa del barrio Abajo se habían escondido dos hombres fuertemente armados que huían del Ejercito, ambos habían matado a personas inocentes.

    Llegaron intempestivamente abriendo la puerta trasera de la casa, encontraron en su interior a una anciana y un niño, quienes por temor no se movieron de un sillón de la pequeña sala. Los hombres cerraron las ventanas y miraban hacia fuera; cuando las cosas se calmaron encendieron la luz y ordenaron a la anciana que les hiciera comida, el niño se limitaba a mirarlos.

    Hubo un ruido en las tejas como si alguien caminaba sobre ellas, los hombres levantaron sus armas: debe ser un gato -comentó uno de ellos-, esos animales cuando caminan sobre las tejas parecen gente.

    La anciana sirvió la cena y regresó al sofá para acompañar al pequeño. “Tenemos que irnos de aquí, en la madrugada llevaremos las pistolas ocultas y los rifles, los dejaremos en la cocina de esta casa.

    Si alguien de ustedes dos dice algo al venir los soldados, vamos a regresar a matarlos, entendieron”. El niño y la anciana movieron sus cabezas afirmativamente. Cuando terminaron de comer, la anciana levantó los platos y se fue a la cocina, bajó la mirada escrutadora de los extraños de nuevo y regresó al sofá.

    Minutos más tarde se escuchó un ruido en la cocina como si alguien hubiera movido ollas y sartenes; de inmediato, los hombres fueron a la cocina con sus armas y notaron que todo estaban en su lugar.

    “Te juro por mi madre que alguien movió los trastos de cocina y también los escuché, deben de ser los nervios que nos están haciendo oír papadas jejejejeje”.
    Los desconocidos se sentaron en las sillas del comedor, atentos a cualquier ruido fuera de la casa, los únicos que podían andar cerca eran los soldados debido al toque de queda. “¿Andás cigarrillos? Sí, aquí están, voy a encender dos y te voy a dar uno”.

    Fumando estaban cuando el aullido de un gato los asustó, el animal se fue a una de las esquinas de la casa y con las garras aruñó la pared.
    Mal presagio, dijo la anciana.

    Ustedes dos no saben lo que les va a pasar, deberían irse de aquí para salvar sus vidas, “cállense” gruñó uno de los hombres, “nadie le dijo que hablara, además usted no es adivina para saber lo que sucederá en esta ciudad. Por qué dice esas cosas”.

    La anciana tomando de las manos al niño dijo: “Cuando un gato se acerca a una casa y comienza a rascar las paredes es señal inequívoca de que el maligno anda cerca”.

    Los intrusos se vieron uno a otro y comenzaron a reír: “Mire señora, respetamos su edad, esas supersticiones seguramente las aprendió cuando era una adolescente, a nosotros no nos impresiona lo que dice, además no le tenemos miedo a nadie”.

    Fue entonces cuando el niño habló por primera vez y dijo: “En esta casa las sillas se mueven solas, nosotros ya estamos acostumbrados”.

    “Ya ve lo que hizo con ese cipote señor, ya lo tiene sugestionado con esas cosas que cuenta. Mejor cállense los dos mientras amanece para irnos de esta casa”.

    La anciana y el pequeño se acomodaron para dormir en el sofá, los hombres cabeceaban entre dormidos y despiertos, el sueño se les quitó repentinamente al ver que una silla salía sola de uno de los cuartos de la casa, luego un espejo se cayó y se hizo trizas, y ante los asombrados ojos de los extraños el espejo volvió a su sitio completo.
    “Vámonos de aquí pronto”, gritó uno de ellos, “aquí asustan”. Trataron de salir y no pudieron abrir ninguna de las puertas y ventanas, prácticamente estaban atrapados en aquella casa, gritaron pidiendo ayuda y nadie los escuchó, dispararon sus armas con el mismo resultado.

    Cuando trataron de despertar a la anciana y al niño se dieron cuenta horrorizados que dos esqueletos estaban sobre el sofá.

    Unos patrulleros escucharon los gritos desesperados y tiraron la puerta encontrando a los dos hombres con los ojos desorbitados, los amarraron y se los llevaron para luego enviarlos al manicomio. Uno de los enloquecidos señalaba siempre hacia una esquina y gritaba: “Ahí…ahí…ahí”.
    El otro en sus momentos de lucidez contaba la extraña historia de lo que les sucedió.

    Cuentan que una noche unas enfermeras vieron salir de la celda de los dos locos una sombras que se elevaron hacia el espacio, luego los encontraron muertos con golpes y heridas en sus cuerpos, se dijo que las almas de la gente que mataron lograron vengarse de ellos.