Honduras: maras reclutan a niños maltratados y abandonados
Las principales víctimas son niños y adolescentes que desertan de escuelas y colegios, que enfrentan fracturas familiares por la violencia, alcohol, drogas y falta de dinero.
Foto: Fotografía referencial / LA PRENSA
Son los que menos dinero ganan dentro de la organización. Disfrutan recibir atención, que tienen protección y pertenencia, que otros los respetan y les tienen miedo.
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San Pedro Sula, Honduras.
Dos hermanitos enfrentaron una tragedia allá por el año 2016 que marcó su vida para siempre. Cuando eran aún pequeños, de entre ocho y 10 años, su madre fue asesinada a sangre fría por la Pandilla 18 al cruzar accidentalmente un territorio prohibido en colonia Sinaí, sector Rivera Hernández.
Con el tiempo, aquellos niños inocentes con corazones nobles se convirtieron en adolescentes consumidos por el remordimiento y la ira. Se unieron a la Mara Salvatrucha, los absorbió demasiado rápido, allí se endurecieron y se volvieron violentos, decididos a devolver el golpe. Ambos tienen hoy aproximadamente 16 y 18 años, ostentan el rango de “bandera” o vigía.
“Su madre cruzó una frontera, ahora ellos tienen otra personalidad y no lo pensarán dos veces, no dejarán pasar la oportunidad para matar a un 18 si se lo encuentran por allí”, comentó escuetamente un informante anónimo de la zona.
En los barrios más peligrosos de Honduras, los menores son utilizados principalmente como mensajeros, la lealtad se prueba con tareas cada vez más agresivas. Las promesas de dinero fácil y protección son tentadoras en un contexto de desempleo y desesperanza, pues al no haber trabajo les hace suponer que no hay futuro, y las pandillas ofrecen una forma de vivir, aunque sea peligrosa.
Para dimensionar el impacto, en los últimos dos años, más de 105,000 niños y adolescentes han desertado del sistema educativo, según datos de la Secretaría de Educación, mientras que e Instituto Nacional de Estadística (INE) reporta que en Honduras más de 2.2 millones de personas tienen problemas de empleo, con una tasa de desocupación que afecta especialmente a jóvenes de entre 15 y 29 años, representando casi el 39% del total.
Como en toda organización, existen jerarquías, puestos y vacantes. El criminólogo Herman Vogelsang enfatizó que los jóvenes que son reclutados escalan según sus capacidades.
“Los menores son reclutados y comienzan como ´banderas´, y, según sus capacidades, escalan a roles de mayor responsabilidad, como la recolección de dinero, distribución de drogas, sicariato y eventualmente posiciones de liderazgo. Empiezan en los roles más bajos, controlando vehículos de la organización y, si no son reconocidos, actúan de inmediato pasando la información o deteniendo a quienes no conocen para investigarlos”, arguyó.
Agregó que, con el tiempo, se ganan la confianza para escalar a funciones de recolección de dinero por extorsión, distribución de drogas para el narcomenudeo, y el sicariato, convirtiéndose en el brazo armado de la organización y ejecutando decisiones de quién debe ser liquidado, ya sea por desobediencia, robo de mercancía, o por entrar en territorio ajeno.
El analista en seguridad expuso que “la violencia que comienza en el hogar se transmite a las calles, agravada por el desempleo, lo que atrae a menores a estas organizaciones con la promesa de dinero fácil. Actualmente no existe un plan efectivo de reinserción, tenemos centros para menores infractores, pero necesitan mejoras significativas para preparar a estos jóvenes positivamente ”.
“Estos menores suelen ser rebeldes y sociópatas, están en contra de las normas sociales, tienen rasgos violentos porque en algún momento les tocará realizar acciones violentas; los problemas socioeconómicos son un factor primordial,”, lamentó Vogelsang.
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Otra fuente, quien tiene más de 20 años viviendo en Rivera Hernández, con contacto directo e indirecto con varios integrantes de organizaciones, detalló que las pandillas se acercan a estos jóvenes a través de intermediarios que frecuentan lugares como parques y campos de juego, y transmiten mensajes a jóvenes vulnerables que han abandonado su centro educativo o enfrentan crisis familiar.
“Los mareros más bravos nunca se exponen a las miradas de todos, los jovencitos caen en un estado de vulnerabilidad, les gusta la muestra de respeto adentro, no es tanto porque los obliguen, pues les hacen ver lo bien que se siente estar en la mara”, manifestó el residente.
Les cuentan historias sobre los supuestos beneficios de pertenecer a la pandilla, destacando el respeto y la protección que obtendrán, lo cual resulta atractivo para niños y adolescentes, quienes desconocen las graves consecuencias de involucrarse en el mundo de la mara.
- > Cuando maras reclutan a un menor se llevan de encuentro a la familia. Tienen que ceder y colaborar, sacrificar vidas o huir. Nunca denuncian ante la Policía por miedo a represalias
- > Aquellos denominados como miembros retirados, de alguna manera siguen vinculados, aún observan lo que sucede a su alrededor
- > Varios policías locales son afines a ciertas maras, les llevan menores para integrarlos y permiten movimiento de droga a cambio de dinero
- > Grupos criminales, ante la desarticulación de integrantes, van preparando a otros o sumando a sus filas a muchachos foráneos.
A menudo, se unen a las pandillas no por coacción directa, sino por la fascinación que sienten hacia la imagen de poder y pertenencia que se les presenta. Algunos buscan venganza, como aquellos que se unen a las pandillas ante la muerte de un ser querido a manos de una mara rival.
En muchos casos, los niños viven con sus abuelos, donde la supervisión es menos estricta, lo que facilita que pandilleros activos se acerquen y muestren cómo, supuestamente, estar en la mara ofrece seguridad y bienestar. Gradualmente, estos jóvenes son atraídos hasta convertirse en miembros activos.
El orden de roles en las organizaciones es distinto, pero para referencia se detalla parcialmente cómo funciona en la Mara Salvatrucha.
Lo primero que asumen es ser “bandera,” vigilan esquinas, reportan entrada de patrullas, carros sospechosos y cuidan zonas de la mara.
“Este el principiante de la mara y lo tiran a los leones, para llegar al mero centro no es fácil, allí está el verdadero nudo”, agregó otro de los contactos consultados.
A medida avanzan, pueden ascender a roles más peligrosos, como “gatilleros” o sicarios, también asumir la función de “traca,” extorsionando directamente a negocios para obtener pagos, o ser “ranfleros,” encargados de movilizar.
Con el tiempo pueden llegar a involucrarse en venta de drogas y, eventualmente, ser cabecillas. En la estructura, por ejemplo, los “gatilleros” operan directamente en el centro de la acción y concretan asesinatos por encargo, los encargados de drogas supervisan la distribución y lo hacen desde ubicaciones centrales como casas abandonadas adecuadamente equipadas.
A menores también les asignan tareas como entrega de pequeñas cantidades de droga, extorsión, y en el caso de mujeres, labores de cocina y venta de drogas.
No todas las organizaciones permiten que sus miembros renuncien fácilmente. Aunque en algunas ocasiones - muy raras, la Pandilla 18 y la MS lo permiten, cada vez resulta más difícil hacerlo. En contraste, el grupo Los Tercereños, uno de los que operan en el sector de Rivera Hernández, no acepta desertores. Aquellos que intentan abandonar la pandilla suelen ser asesinados, incluso dentro de la cárcel. Se cree que en los últimos años han matado entre 25 y 30 personas por haber intentado dejar su organización.
Esto tiene un gran impacto en la comunidad: los padres ven crecer a sus hijos con miedo, restringiendo sus actividades para evitar que se involucren con pandillas. Los jóvenes que se unen a una pandilla pierden su libertad, ya no pueden socializar fuera de su grupo, no deben continuar sus estudios en la mayoría de los casos y deben respetar estrictamente las fronteras territoriales impuestas.
El proceso de integración a la pandilla transforma radicalmente a los menores: adoptan el consumo de drogas, cambian su vestimenta y su comportamiento, comienzan a actuar y hablar como adultos. La transformación es tan drástica que, cuando intentan regresar a casa, los padres usualmente no los reconocen debido a su nuevo aspecto y hábitos.
Una vez dentro de la mara, deben abandonar la vida normal: dejan la escuela, se dedican por completo a la pandilla, vigilan de día y realizan tareas específicas de noche, no pueden continuar compartiendo con los demás civiles, deben respetar las líneas y no pasarse, a menos que sean enviados a una misión especial, de lo contrario, podrían ser hasta asesinados.
“Los tratan como adultos, consumen droga, la personalidad cambia, cuando se conversa con un marero rápidamente uno se da cuenta”, apuntó, con conocimiento directo de las dinámicas de sectores conflictivos, otro vecino que conversó con La Unidad de Investigación de LA PRENSA Premium.
Cuando reclutan a un menor, éste pasa a vivir en las casas de la mara, es decir, aquellas que abandona la gente, la mara las amuebla, les pone camas y todo lo necesario.
La integración a las pandillas sigue un escalafón, hasta alcanzar roles más altos, que se reflejan en tatuajes alusivos a la mara, ganados por sus méritos, como la cantidad de muertes o enfrentamientos exitosos contra bandas rivales.
“Hasta el tatuaje es ganado, se gana según el nivel de muertes que lleve o si mataron a un pesado (líder) de la mara rival, es a puro mérito, debe demostrar cada vez que es más recio, porque si solo se tatúa el símbolo de la mara por hacerlo, lo pueden hasta matar. Para que lo vean con el plaqueo (marca) es porque ya pasó los niveles que la mara requiere, para ellos es un trofeo”, señaló una de las fuentes.
En tanto, los alias se asignan como medida de seguridad o como apodos que evolucionan según sus características físicas.
La mayoría de los menores que ingresan a las pandillas provienen de hogares desintegrados y de escasos recursos, o han perdido a uno de sus padres a manos de la violencia. El reclutamiento comienza alrededor de los 10 años, y aquellos que se sumergen en este mundo lo hacen rápidamente. De acuerdo con cifras oficiales, derivadas de proyecciones al presente año, en el país hay 1,550,968 menores entre 10 y 1 7 años, cuyo período de tiempo es el de mayor riesgo para enfilarse en estructuras criminales.
Las niñas suelen ser inducidas por novios pandilleros y, aunque inicialmente realizan tareas menos visibles como “banderines” o en la cocina, también participan en la venta de drogas. En algunos casos, los pandilleros protegen a la comunidad, y esta a su vez les ofrece cierto apoyo, formando una relación de mutua conveniencia.
La primera entrega de esta serie periodística ha sido elaborada con el apoyo de testimonios anónimos para garantizar la seguridad de las personas involucradas.