“Se oyen gritos de gente que están torturando”: cruzamos cinco fronteras de las maras en San Pedro Sula
La Unidad de Investigación de LA PRENSA Premium se adentró en los territorios de San Pedro Sula donde gobiernan las maras y pandillas.
Foto: Héctor Edú / LA PRENSA
Miembros de la Policía Nacional acompañan al equipo periodístico durante el recorrido en pasajes de difícil acceso de cuatro colonias del sector Rivera Hernández, en San Pedro Sula.
Por:
San Pedro Sula, Honduras.
Hablar de San Pedro Sula es más que estadísticas económicas y proyectos de desarrollo, detrás de los enormes edificios e inversiones extranjeras existe una realidad paralela marcada por la presencia de estructuras criminales.
Al adentrarse en las diferentes periferias se revela un panorama peligroso, donde existen lugares con cicatrices de violencia y abandono, lotes de terreno en venta a “gallo muerto” (bajo precio) y muros con letras y símbolos de pertenencia a las maras.
San Pedro Sula está compuesta por más de 700,000 habitantes y 1,013 puntos entre caseríos, barrios y colonias, de acuerdo con datos del Instituto Nacional de Estadística (INE). De estos, tres sectores son los que están identificados como los más conflictivos y donde miles de familias viven en zozobra todos los días. Se trata de la Rivera Hernández, Chamelecón y Los Cármenes, justo en este orden.
Documentando
La Unidad de Investigación de LA PRENSA Premium, además de recorrer los bulevares y calles de Chamelecón y Lomas del Carmen, se interna durante horas en cuatro colonias de Rivera Hernández donde teóricamente no se puede entrar sin permiso porque en todos sus rincones las maras imponen su ley.
Armados con cámaras, libreta, celulares y una dosis de valentía, el equipo periodístico se embarcó en una misión arriesgada: pasar las zonas de operación de Los Tercereños, Los Vatos Locos, Los Olanchanos, Los Bordeños, y principalmente las más grandes: Pandilla 18 y Mara Salvatrucha. Se pasó por protocolos de seguridad y se establecieron contactos confidenciales dentro de la zona para garantizar la protección y obtener información precisa.
Durante el recorrido se cruzaron cinco fronteras: una de la Mara Salvatrucha, una de Los Tercereños y tres de la Pandilla 18. Son triángulos geográficos que se pueden detectar al mirar edificios deteriorados y placazos sobre muros (paredes manchadas por grafiti con simbología de la Mara Salvatrucha y Pandilla 18), pero del resto de bandas es imposible apreciarlas con facilidad puesto que trabajan de manera más invisible.
Llegamos a las 8:00 am, hora pactada con el jefe policial de la zona, un hombre al que conocimos hasta entonces, de estatura baja, lentes claros, aparentemente no impone tanta presencia ni aún con su uniforme, pero sí muestra su duro carácter frente a los subordinados. Justo a nuestra llegada, estrecha su mano y da la bienvenida.
- > Mayoría de calles y pasajes lucen completamente solitarios. La gente permanece encerradas en sus casas por posibles enfrentamientos entre grupos
- > La presencia de estructuras criminales ha venido creciendo en los últimos años en los bordos, partes bajas de la ciudad y en el centro
- > Solo la Rivera Hernández tiene entre seis a siete puntos donde no hay control policial ante la presencia en masa de las pandillas. Similar situación se enfrenta en Chamelecón. Mientras que en Los Cármenes, para las pandillas es intocable Las Lomas
- > Un total de siete organizaciones tienen presencia territorial en los tres sectores más peligrosos de San Pedro Sula: Rivera Hernández, Chamelecón y Los Cármenes. Las dos más grandes, Pandilla 18 y Mara Salvatrucha, se tienen repartidos los barios y colonias de la ciudad
- > 198,000 familias viven actualmente en la ciudad de San Pedro Sula, según estimaciones oficiales. Al menos más de la mitad de estas enfrentan el miedo por pandillas en residencias.
En este momento prepara a varios de sus hombres para salir a patrullar y de inmediato ordena el ingreso del equipo periodístico a una de las patrullas, donde en la cabina de enfrente se ubican dos policías, mientras que en la paila se posicionan otros dos que portan chalecos antibalas y armas largas en sus manos, por si acaso. La tensión es palpable en el aire y prácticamente se nos invita a que no hay que confiarse.
El copiloto, un hombre joven de edad, de piel oscura, de pocas palabras y mucho temple, mientras avanzamos comienza contando que los homicidios en la zona han bajado en los últimos tiempos y que ahora los que más ocurren son robos y conflictos entre los mismos residentes. Reconoce que no se meten con ellos (las pandillas), saben dónde están, pero mientras no haya orden de captura no pueden intervenir.
Dominio
En Rivera Hernández hay un despliegue operacional clandestino de seis bandas. Estas tienen sus puntos de control y fronteras, donde para un ciudadano común sería complicado poderlas diferenciar aún teniéndolas entre “sus narices”. Transitar sobre los bulevares es posible, pero meterse a los pasajes para cualquier desconocido es la muerte.
“Aquí si lo miran solo le caen, toro (hombre), tiene suerte si no lo matan, lo menos que pueden hacer es robarle”, exclama entre sarcasmo uno de los oficiales. “Este es territorio 18”, señala otro de ellos cuando entramos a la Reparto Los Ángeles, no se observa ninguna “alma” en todos los caminos, parece que no hubiera nadie, pero en realidad los que permanecen están encerrados, aquí la gente solo pasa entre el trabajo y su casa. Hay quienes se logra avizorar desde los corredores, sus miradas curiosas nos siguen y podemos sentir el peso de su desconfianza.Aquí cualquiera puede ser “bandera” (vigilante): ancianos, mujeres y niños.
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Cada familia tiene uno o dos parientes en las estructuras. El copiloto recuerda que no hace mucho trabajó en un centro penal. “Conviví de cerca con las maras y decían que con los policías no se meten porque saben lo que se puede venir”, rememora el agente.
Cada minuto recorrido es un acto de valentía, de desafío a las reglas no escritas, cualquier movimiento en falso puede tener graves consecuencias.
Aunque no los miramos tan evidentemente, se siente que los ojos vigilantes de los pandilleros están en todas partes. Bajarse sería una osadía porque estamos en su territorio, apenas somos seis personas en este vehículo, los dos policías de enfrente son dos manos menos en caso de ser interceptados y nosotros (reportero y fotógrafo) ni siquiera portamos ni usamos armas de fuego de llegar a prepetrarse un ataque; entonces debemos respetar sus reglas si queremos salir.
Observamos muchas casas abandonadas, con poca inversión de mejora y cuyas familias huyeron por amenazas o porque les mataron algún pariente. Estas, una vez solas, los pandilleros las usan como puntos de reunión o para matar a sus víctimas. Otros espacios como cuarterías, apartamentos y terrenos están con rótulos de venta.
Lucha constante
Los policías aseguran que ingresan a todo sector sin excepción, porque sino sería dar poderío a las organizaciones. A lo lejos caminan dos muchachos mormones, pero se cree que a ellos los respetan, igual entran carros repartidores de comida y bebida, pero les cobran extorsión, no así vendedores ambulantes.
Acto seguido llegamos a Las Palmeras, punto sitiado por la 18, aquí hay muros con leyendas grafiteadas que retratan rastos de historias de vidas perdidas, enfrentamientos violentos y la omnipresencia de maras.
La Policía local señala que mareros tienen hasta cámaras instaladas y drones. “Sus ´banderas´ avisan cuando patrullamos. Hey, miren...”, externa un policía mientras señala con su índice que “esta es una frontera, aquí es de la 18 y allá de la MS-13, solo una calle los divide”. La sensación al atravesar este umbral es un tanto escalofriante.
En Rivera Hernández no hay denuncias de vecinos contra pandillas por miedo a represalias, pues tampoco la Policía les garantiza seguridad.
Arribamos a Cerrito Lindo, también manejada por la Pandilla 18. “Esta zona está infestada por pandilleros, los que salen de este hoyo no vuelven”, advierten los policías. Como todas las colonias están tan unidas, no nos dimos cuenta y ya estábamos cruzando fronteras en la Kitur y la 6 de Mayo, también circuitos de la Pandilla 18.
Ahora ya no se miran personas tatuadas, “solo quedaron los jefes y evitan salir, por lo general los de la 18 andan con una marca de tenis, pantalones flojos, gorra y camiseta corta, mientras que los de la MS usan otra marca de tenis y ropa más formal, incluso él puede ser uno de ellos”, afirma el clase de policía mientras apunta a un joven que camina tranquilo, muy bien vestido y con audífonos sobre sus oídos.
Al final del trayecto, el grupo de policías exterioriza su valor y manifiestan que ya se adaptaron a estas situaciones, pero “uno ya estando de civil es un ciudadano común más, así a esas zonas no nos metemos porque sino no salimos”, aclara uno de ellos al retornar a la posta policial.
Esta dura realidad es la misma que experimentan pobladores de Chamelecón y Los Cármenes, otros puntos de alto riesgo en la ciudad.
En estos sectores los pocos negocios que hay siguen su curso, algunas mujeres ingresan a pandillas para venta de droga, atender a los integrantes en sus casas y comúnmente tienen su pareja del mismo grupo.
A niños de 10 años en adelante ya los usan para vigilar; los centros educativos, iglesias y demás instituciones funcionan con aparente normalidad. Los vecinos, aquellos que no forman parte del engranaje criminal, escuchan balaceras de vez en cuando entre las estructuras por dominio de territorio y, aunque al final todos saben lo que pasa, nadie mira ni escucha nada. Incluso, se relató entre murmullos que en las últimas semanas, durante el día y la noche han estado escuchando de cerca gritos de personas que están torturando.