La belleza de San Pedro Sula, su dinamismo laboral y su riqueza natural se han ido estrangulando en las últimas décadas, de tal manera que no es necesario que lleguen de fuera las enfermedades, pues los focos de contaminación se hallan al aire libre y recorren la ciudad de oeste a este como dueños y señores de la vida de los sampedranos. Tres ríos, de añorado caudal, bajan de El Merendón, recorren la ciudad y en el trayecto se convierten en canales de aguas negras.
No es para sorprenderse. Son ya 20 años de la firma de un contrato que, como en tenis de mesa, “ping-pong”, la pelota va de un lado a otro sin que logre ver el final de la partida, pues con cada raquetazo se oye, “le toca a aquel…” Transcurren los años sin acercamiento efectivo para iniciar y avanzar en el saneamiento ambiental para proteger la salud, atraer la inversión y mejorar la calidad de vida que refleje con veracidad lo de ciudad inteligente y no sea lema publicitario vacío.
La contaminación de los cauces de ríos y quebradas ha suscitado numerosas preguntas sobre las amenazas o la contaminación de las reservas subterráneas por la filtración de las aguas servidas. En una ciudad como San Pedro, cuyo servicio de agua se abastece de los acuíferos en un 75%, es una grave irresponsabilidad que no se prevea el riesgo de la contaminación de las reservas subterráneas y sus fatales consecuencias para la población y el sector productivo.
Los cauces son canales de aguas negras, pero las orillas de esos cauces, bordos, se han convertido en receptores de miles de personas, no solo migrantes internos, también familias sampedranas afectadas por las condiciones económicas. No faltan también los vividores de profesión, invasores, que van de un sitio a otro para después vender el predio.
Objetivo, ciudad sostenible, que pasa por el saneamiento ambiental, cuyos primeros desafíos apuntan a la planta de tratamiento de aguas y recuperación de las orillas y bordos de los ríos.