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La misma izquierda

  • 16 noviembre 2019 /

    La misma izquierda que en enero del cincuenta y nueve se adueñó de la Revolución Cubana en contra del dictador Batista llevó a cabo una purga contra aquellos que habían luchado junto a ella, pero creían en la democracia, e instauró un despotismo cruel y despiadado peor al del derrocado. Una izquierda a la que no le importó que millones de compatriotas abandonaran la isla, y a los que desde el inicio llamó “gusanos” porque no pensaban igual que ella, y que, hasta hoy, con la connivencia de Gobiernos cómplices o indiferentes, hace usufructo de Cuba como si fuera una hacienda particular y niega las libertades más básicas: conciencia, educación y prensa.

    La misma izquierda que, aprovechando los mecanismos que facilita la democracia representativa, llegó al poder en Venezuela y, desde él, destruyó las instituciones, puso al servicio del Ejecutivo el resto de los poderes del Estado, corrompió al Ejército y se dedicó a obligar a marcharse, a perseguir, a meter en la cárcel, y, si ha hecho falta, asesinar a los opositores.

    La misma izquierda que en Bolivia se encargó de sembrar el odio entre mestizos e indígenas, la que logró que muchos bolivianos se sintieran extranjeros en su propia patria, la que convirtió el racismo en bandera política y que soñaba con perpetuarse en el poder, aunque la mayoría la rechazara y ya lo había dejado claro en un plebiscito.

    La misma izquierda que en Nicaragua, siguiendo el nefasto ejemplo de las dictaduras cubana y venezolana, destruyó el Estado de derecho y continúa en contra de la voluntad de la gente.

    La misma izquierda que, ahora en Chile, se ha declarada enemiga de la fe y que profana templos, ridiculiza a los sacerdotes y pastores y difama a las iglesias…

    Esa misma izquierda, con todas sus taras, busca, por todos los medios, hacerse del poder en los países en los que no ha logrado hacerlo. Y, para eso, se presenta como fuerza democrática, se cuela en las instituciones del Estado y se presenta como abanderada de los derechos humanos, de la tolerancia, de la convivencia pacífica, del respeto al juego democrático, sin que crea sinceramente en esos postulados.

    Esa misma izquierda, con su misma conducta, ha demostrado que no es opción para el desarrollo ni para la consecución del bien común.

    Porque lo que hay detrás de ella son personas que solo aspiran a llegar los Gobiernos para mejorar su propio nivel de vida, no el del pueblo, y que no piensan más que en llegar al poder para quedarse en él para siempre.