28/04/2024
02:25 AM

Gran epidemia

    Aquella pandemia cuya fuente fue identificada en Asia terminó, aunque quedan secuelas, pero otra pandemia o epidemia, califíquese como guste, sigue proporcionando muerte, dolor, luto a centenares de familias hondureñas que sufren las pérdidas de seres queridos. No se necesita mucha imaginación para entender que nos estamos refiriendo a las víctimas de accidentes viales en carreteras y en áreas urbanas donde más se nota el incremento de vehículos y la ausencia de agentes de viabilidad, también en todas las rutas viales.

    Suena como ficción el ver patrullas en las películas a la espera de quienes rebasen la velocidad permitida u otras infracciones tales como giros prohibidos, adelantamiento sin visibilidad, no identificar alto o ceda el paso, devorar kilómetros a alta velocidad con el riesgo de llevarse por delante cuanto se encuentre con la excusa de desperfectos mecánicos, etc. etc. Y lo más absurdo es que cuando se logra identificar responsables, el daño a vehículos prevalece sobre el de las personas que en la mayoría de los casos pasa a los recursos de todos en los hospitales públicos.

    Una joven familia en Cofradía es arrollada por un camión, y en Taulabé la irresponsabilidad convertida en homicidio múltiple llevó el luto a varias familias. Los casos son a diario sin que se aborde el problema y, mucho menos, se adopten medidas iniciando por la Policía para disminuir las tragedias. Miran para otro lado con explicaciones o excusas que en lugar de soluciones dan alas a quienes se creen “todoterreno” por el nivel de impunidad tan alto como el de la violencia generalizada.

    Habrá que comenzar por el principio. Alguien ha propuesto la asignatura de conducción de vehículos para ir haciendo conciencia del altísimo grado de responsabilidad, pero si esto es plan de prevención a largo plazo es necesaria la represión, el castigo a conductores o dueños de automotores. Prevenir es urgente, pero hacerse cargo de los hechos mucho más.

    Las estadísticas son escandalosas. Los números van en crecimiento sin que haya reacción, pues “tenía que pasar”. La absurda reacción en una sociedad donde la protección y defensa de la vida parece no entrar en su cultura, al contrario, la ley del más fuerte es la señal inequívoca del mal enraizado cuya evidencia más generalizada es el alto nivel de desconfianza de la población en las autoridades.

    Las tareas administrativas, con enormes vacíos, engullen la planilla. Para fuera de las oficinas no queda más que el equipo de turno para atender el llamado de accidente, constatar los hechos, identificar los autores y proporcionar fecha para el arreglo. Hasta ahí llega todo. Hace unos años se decía que cuidaban los semáforos, hoy ni eso.