27/04/2024
05:37 AM

Yo sigo creyendo

Roger Martínez

Aunque las estadísticas muestren que las separaciones y divorcios igualan o, en algunos países, superan la cantidad de matrimonios que se llevan a cabo cada año, yo sigo creyendo que lo más saludable y conveniente para el ser humano es el establecimiento de un compromiso libre y voluntario, permanente y no temporal, que haga posible que un hombre y una mujer estemos unidos, y no solo juntos, hasta que la muerte nos separe.

Estoy meridianamente consciente que la relación conyugal no es fácil; que, con el correr de los años, se presentan innumerables retos que hay que enfrentar y superar; que el contexto actual, incluidos los planteamientos ideológicos que buscan descalificar la institución social matrimonial, no facilita las cosas; que hay que dar la batalla cada día para consolidar el pacto conyugal, pero, por encima de todo lo anterior, hay muchos más beneficios y bondades en él, que, como he dicho hace unos días, en la poligamia sucesiva o en los encuentros de ocasión.

Hay un clima de serenidad, de compenetración, de complicidad, de conocimiento profundo, que se da con el paso de los años, que no lo cambiaría por nada. Ese conocimiento pleno de los defectos y las cualidades del otro; esa capacidad que se desarrolla de adivinar qué le pasa o de percibir con solo verlo que algo no anda bien con él física o afectivamente, me genera confianza, me da paz. No quiero ni imaginarme tener que, a estas alturas de mi vida, iniciar la exploración de un nuevo carácter, de unas nuevas rutinas, de unas nuevas manías; que todos y todas tenemos. Y no se trata de dar la razón al “más vale mal conocido que bueno por conocer”, sino de reconocer que los tiempos de aventurarse y de dar saltos en el vacío, hace días pasaron.

Por supuesto, para llegar a esta convicción ha debido ponerse esfuerzo; ha debido tenerse la valentía de luchar contra las propias deficiencias; ha debido darse el brazo a torcer muchas veces, pedir perdón y recomenzar en muchas ocasiones. Pero esa perseverancia, ese empeño por sacar adelante ese proyecto común que se llama familia, siempre vale la pena. Y, repito e insisto, en este caso pena significa sacrificio, renuncia a los personales caprichos, disposición a negarse y a entregarse íntegramente.

Sé que, como dice una buena amiga, que dos más dos no siempre son cuatro, y que hay situaciones insostenibles y gente tóxica imposible de soportar, pero, en la gran mayoría de los casos, se puede. Todo está en tener claros los fines y vivir unos valores que le den impulso cotidiano al afán por conservar un matrimonio.