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Una necesidad natural

  • 20 septiembre 2017 /

Hay en el ser humano un deseo natural de perfección. Todos, de alguna manera, aspiramos a la excelencia. Eso explica, en parte, la prolongación de los años de estudio que se ha experimentado en la ultimas décadas y la búsqueda de mayor especialización en los distintos campos del conocimiento. Hasta hace algún tiempo, obtener una licenciatura era un objetivo terminal; hoy hay quien se dedica a coleccionar diplomados, certificaciones y maestrías, en un afán por dilatar su formación académica y así ampliar las posibilidades de acceso al mundo del trabajo y obtener una mejor remuneración. Es ese un cometido totalmente válido y hasta cierto punto loable.

Pero, obviamente, el enriquecimiento intelectual, en relación con el proceso de mejora personal es necesario, mas no suficiente. La búsqueda de la perfección tiende al ser integral, a la persona total. Hay gente que sabe mucho y que resulta intratable, casi repugnante; he conocido a hombres y a mujeres con oficinas de cuyas paredes cuelgan docenas de diplomas y que carecen de la empatía básica o sufren de una marcada torpeza para tratar a los demás; todos conocemos a personas que saben mucho y resultan incómodas, desagradables, tanto por su autoencumbramiento como por su falta de tono humano. Es decir, la academia ayuda pero solo en parte.

Todo proceso de mejora personal debe estar, forzosamente, imbuido de una preocupación por la práctica de unas virtudes humanas, unos hábitos éticos, que sirvan como marco para el desarrollo y la conformación de una personalidad que facilite la convivencia, la pacífica y serena interacción humana.

Alguien que aspira ascender en la “escala hominal” debe también empeñarse en cultivar, por ejemplo, la humildad. Está claro que la humildad no es sinónimo de encogimiento ni de infravaloración. El humilde está consciente de sus capacidades, de sus puntos fuertes, de sus habilidades y destrezas, pero, justamente, no se siente humillado al reconocer que también tiene debilidades y retos por acometer. El humilde asume sus “dones” sin hacer aspavientos, sin ensoberbecerse, sin darse aires de superioridad. El humilde, además, reconoce que tiene mucho por aprender y, por lo mismo, sabe pedir consejo y acepta sus errores.

Otra virtud humana que el que aspira a la perfección debe practicar es la generosidad. El egoísmo, vicio opuesto a la generosidad, hace imposible la convivencia. Todo proceso de mejora personal exige el desarrollo de la capacidad de salir de uno mismo e ir al encuentro de los demás. Está demostrado que el conocimiento se vuelve más sólido y útil cuando se comparte. Los científicos, los investigadores, que han hecho aportes significativos a la humanidad se han rodeado de discípulos y los han hecho partícipes de sus búsquedas y sus triunfos.

Al final, somos compañeros de viaje, vecinos del mismo planeta y, en la medida en que cada uno mejore, ayudamos a ser mejores a los que caminan a nuestro lado.