30/04/2024
12:50 AM

¡Sacúdete!

Salomón Melgares Jr.

La página de los cuentos relata que una vez cierto muchacho dormía a pierna suelta cuando escuchó fuertes golpes en su habitación. Era su madre que lo despertaba por enésima vez para que bajara a desayunar. El muchacho ronroneó en su lecho y continuó hilando babas. La mujer lanzó un juramento y se alejó. De este modo, la vida del muchacho transcurría más en su cama que en otra actividad.

Cierta mañana, este despertó y se levantó de inmediato. Se afeitó, se duchó y, luego, vestido con mucha elegancia, se sentó a la mesa del comedor y llamando a su madre y a sus hermanas; esperó que llegara alguna con su desayuno. Como no había rastro alguno de movimiento en la casa, buscó por todos los rincones sin encontrar a nadie. Salió a la calle y ningún ser viviente se avizoraba.

La soledad era siniestra, por lo que comenzó a angustiarse. De pronto, unos trompetazos ensordecedores hicieron retumbar el suelo y fue entonces que una voz que parecía llenar todos los ámbitos del universo dijo: “En este día, anunciado desde milenaria data, los muertos deberán levantarse de sus tumbas y los vivos se presentarán ante mí”. Entonces, con el corazón encogido por la duda, este se unió a la interminable marea de seres que iban a rendir cuenta ante Dios. Mientras arrastraba sus pies, el muchacho se preguntaba si su mórbida flojera sería considerada como un pecado imperdonable y, por supuesto, que quiso regresar de inmediato a su lecho para olvidarse de toda esa angustiosa situación. La pereza, querido lector, es un problema serio que siempre traerá consecuencias negativas. No por nada la Biblia hace muchas referencias a ella como algo dañino, que no beneficia. Por ejemplo, Proverbios 19:15 menciona que quien la practica padecerá hambre. Y en Proverbios 21:25 se menciona que el destino del perezoso es la muerte, porque sus manos no quieren trabajar. No esperemos, pues, que las consecuencias fatales de la pereza vengan a nuestra vida para reflexionar y tomar cartas en el asunto. De ahí que mejor alcémonos y movámonos, que sacudiendo la pereza sacudiremos también el mal. ¡Depende de nosotros!