27/04/2024
12:00 AM

Retratos de la guerra

Jorge Ramos Ávalos

Llevo una semana cubriendo la guerra en Israel y tengo la mente fragmentada, como vidrios rotos, y es difícil darle algún sentido a todas las partes del conflicto. Así que sumo y cuento:

-La guerra es el fracaso, es lo que ocurre cuando todo lo demás falló.

-“Fue una bomba muy fuerte”, me dijo Rivka Shaulin, una joven mamá de ocho, sobre la explosión frente a su apartamento en la zona de Bat Yam, a las afueras de Tel Aviv. Pero hay algo peor. “Tenemos a seis familiares que están (secuestrados por Hamás)”, me dijo. “Tratamos de llamarlos... no sabemos nada de ellos”.

-Limor, 57 años, me muestra su apartamento en un segundo piso. Todos los vidrios de las ventanas están rotos. Fue la bomba. Bajo un hueco en la pared, una toalla tapa el sol y una niña duerme sobre la cama.

-Terrorismo: el uso de violencia y miedo, contra civiles, con propósitos políticos y/o militares. Lo que hizo Hamás es terrorismo.

-Moshe, de 73 años, creyó que la bomba había caído en su casa del alegre y popular barrio Florentin. No fue así. Pero cayó a 20 metros. “A mí no me gusta esta guerra”, me explicó. “Esta guerra es para Hamás”.

-Shaham no se da por vencido. Tiene un bar a las afueras de Tel Aviv y lo encontré repartiendo margaritas, gratis, al que quisiera. Para el shock. Para los nervios. Así entiende él la solidaridad.

-Estoy en Israel y me llegan las declaraciones del presidente de México en un mañanera; que él es un pacifista y se rehusa a condenar el ataque terrorista de Hamás contra civiles. Pero la neutralidad -la tibieza- solo ayuda a los asesinos. Recuerdo las palabras de Elie Wiesel, el sobreviviente del holocausto y premio Nobel de la Paz, quien decía que la neutralidad siempre ayuda al opresor, no al oprimido. Y en este caso el opresor es Hamás. Si a esto le sumas el apoyo de AMLO a dictaduras como la cubana, tienes una política exterior vergonzosa, lamentable, del lado incorrecto de la historia y muy alejada de los derechos humanos. Pienso que queda menos de un año de mañaneras y regreso a los menesteres de la guerra.

-Gaza esta cercada y asediada. Nada entra ni sale. Solo las bombas. Está sin agua, alimentos, combustible y electricidad. Más de dos millones viven en esta empobrecida y densa franja de tierra que Israel dejó en el 2005. La guerra, insisto, no es entre israelíes y palestinos. La guerra es entre Israel y Hamás, un grupo islámico fundamentalista, considerado como terrorista por Estados Unidos, Gran Bretaña y la Unión Europea. Hamás controla Gaza desde el 2007 y, desde entonces, no ha vuelto a realizar más elecciones.

-Veo un video en la televisión y una niña de Gaza, cubierta de polvo, sale de un auto cargada por su padre. Todavía se tapa las orejas, como si siguiera oyendo la explosión de la bomba que les cayó encima.

-Visito Jerusalén y está casi vacía. “Es el miedo”, me dice un vendedor que no tiene un solo cliente en su tienda. El muro de los lamentos está lleno de papelitos pero no de gente. Los pocos que hay en la maravillosa explanada me dan la espalda. No quieren decir nada en televisión. Ni hablar muy fuerte. Pero un árabe, uno solo, explota frente a mí: “Esta es una guerra de libertad después de 75 años de ocupación. El problema es que los palestinos no tienen nada qué perder. Especialmente en Gaza. Antes de la guerra en Gaza no había agua, no había electricidad, no había trabajo, no había ingresos, no había comida, no había nada. Eso es lo que está pasando”.

-Biden dice que el ataque del 7 de octubre es el día más mortífero para Israel desde el holocausto. Otros lo comparan con el 9/11. A todos los ha movido por dentro. Me encuentro a un grupo de reservistas israelíes, todos uniformados de verde. Uno era contador, otro policía, ella se dedica a la moda. Y me dicen que están listos para ir al frente de batalla. También me preguntan si el mundo sabe lo que está pasando aquí. Les digo que no están solos.

-“No somos los malos”, me dijo en un hospital de Jerusalén, Diana Rosen, una argentina que fue secuestrada por Hamás de un kibutz a cuatro kilómetros de la franja de Gaza. “Me voy a morir”, pensó cuando los militantes se la llevaron a ella y a su esposo. Le dieron un disparo en la mano y perdió un dedo. Pero no su libertad. “No soy religiosa”, me dijo, pero ahora cree en los milagros. Los terroristas los trataron de meter en un auto. Ellos se resistieron y funcionó. Los dejaron ir. “Los malos son ellos”.

-Algo tiene que tronar. Esto no es sostenible. Mientras miles de soldados y tanques se amontonan en el sur de Israel para una posible incursión terrestre, hay más de un centenar de rehenes en manos de los terroristas. Israel no quiere que nada entre a Gaza hasta que liberen a los secuestrados. Pero nada se mueve. Nadie cede. Nadie habla. Nadie negocia. No hay un cese al fuego y las bombas siguen cayendo. Cuento los muertos y pierdo la cuenta. Casi todos civiles.

-Me preguntan desde Estados Unidos qué es lo que más me duele y contesto que los niños. El terror no tiene nacionalidad. Esos ojitos de susto -que preguntan por qué- ya nunca se volverán a cerrar. En su mente estarán siempre abiertos.

Este es el conflicto más complicado del mundo. Tan complicado que pocos pueden imaginarse la paz.