Viajar puede ser una aventura emocionante que nos lleva a nuevas experiencias, ampliando la forma de percibir la propia vida. Pero todo viaje inicia con la decisión de preparar el equipaje. A veces suele ser muy fácil, en otras ocasiones corresponde ser muy cuidadosos, especialmente cuando se trata de muchos días y de un clima inesperado.
En cualquier caso, debemos atenernos a limitaciones de peso y espacio no solamente del transporte que utilizaremos, sino de lo que somos capaces de sobrellevar con las propias fuerzas, considerando los tramos de recorrido en los que no contamos con ayuda y en los que es preciso seguir avanzando.
Justo ahora, en la víspera de esta gran travesía de 365 días, hay que revisar de qué disponemos en nuestro equipaje. Si bien aquí no se trata de objetos, hay que reconocer que la calidad de los pensamientos puede influir en el tamaño y en el peso del equipaje.
Las emociones, los sentimientos, las percepciones y lo que no dejamos ir, aunque no nos pertenezca, pueden convertirse en una carga pesada. ¿Qué ocupamos en el viaje?
Para preparar el equipaje es preciso tener buena actitud; es decir, estar dispuestos a encontrar experiencias enriquecedoras, a explorar con precaución, pero sin miedo, porque es necesario gestionar riesgos, sin que ello nos paralice.
Prever lo que podríamos encontrar, por la claridad de algunas señales: prepararse para la lluvia, como para la sequía... todo dependerá del itinerario previsible, a grandes rasgos, que vislumbramos desde este punto de partida.
También es necesaria la capacidad de abrazar el cambio, de reconocer que en la vida todo fluye, que desde nuestra propia capacidad limitada no podemos anticiparnos a todas las situaciones, tal y como sucede cuando estamos por visitar un lugar desconocido. Vamos, nos adaptamos y asimilamos la experiencia.
Además, hay que comprender que cada nuevo viaje es diferente, que las experiencias del pasado no siempre definen lo que está por venir, que en esa incertidumbre podemos encontrar no solamente riesgos, sino enormes oportunidades de explorar caminos nuevos que nos lleven a nuestro destino.
Para el viaje largo también hay que reconocer que es necesario tener definidos algunos lugares a visitar y poner nuestro empeño en llegar a ellos; en este caso, serán las metas personales, ¿ya sabes hacia dónde te diriges?
No llevar mucha carga de forma anticipada significa dejar aquello que fue. Nuestras propias versiones antiguas con las que no nos identificamos, los errores del pasado que provocaron heridas, las pérdidas no superadas que arrastramos, los rencores añejos que suelen descomponerse, quizás sea momento de dejarlos atrás, en el cajón del perdón.
Viajar también conlleva una gran dosis de confianza, en la persona que hace las reservaciones, en el piloto del avión, el chofer del autobús o el capitán del barco. Si confiamos en las personas que tienen la responsabilidad de llevarnos con bien, ¿por qué no aprender a confiar en aquel que lleva a esta nave azul a través del universo?
El viaje de la vida implica reconocer nuestra pequeñez y la poca capacidad individual de controlar un entorno complejo. Hay algunas variables que podemos considerar, pero hay muchísimas que no dependen en absoluto de nosotros. Para esas y para todas, hay que llevar mucha fe en Dios.
Hay que esperar con esperanza, es decir, con la ilusión de un viaje interesante, viendo siempre hacia el futuro con optimismo, preparándonos no solo para enfrentar riesgos, sino para vivir con creatividad y alegría. ¿Estamos dispuestos para el viaje?
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