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Morazán vigila

  • 13 septiembre 2022 /

Estamos en el mes de septiembre, mes en el que todos los hondureños deberíamos reflexionar sobre las circunstancias que atraviesa la patria, luego de un período de 12 años de ruptura del orden constitucional y con un saldo de grandes atracos al erario público y dos largos siglos desde el 15 de septiembre de 1821.

Es necesario, aunque esta actitud debería ser permanente entre los hondureños, que nos compenetremos en nuestros deberes para con la patria y no pensar que tenemos solo derechos. Debemos saber que es responsabilidad de todos y cada uno de nosotros los nacidos en este terruño sacar adelante a la república con el fiel cumplimiento, por parte de todos, de la ley sin exclusiones de ninguna naturaleza, ni para los de arriba ni para los de abajo, como camino único para lograr la grandeza de todos los hondureños

Los padres de la patria nos mostraron con su cívico y patriótico proceder cuál es el camino para el engrandecimiento de la patria y la defensa de la independencia, la libertad y la soberanía. Morazán, elevado a la categoría de la máxima figura de veneración cívica en nuestro país y declarado paladín en la lucha por el restablecimiento de una Centroamérica unida y fuerte, debe convertirse, con su claro pensamiento patriótico y cívico, en el faro de nuestros esfuerzos ciudadanos para engrandecer a Honduras en unidad de todos sin distingos de ninguna naturaleza.

Morazán nos mostró en su “Manifiesto de David”, que debería ser de obligatoria lectura, con meridiana claridad, cuál es la patria por la cual debemos luchar con verdadero civismo y cuál es la que debemos de combatir y evitar. También no podemos echar al olvido los esfuerzos que hizo el paladín por establecer un adecuado sistema educativo, como instrumento para mejorar la calidad de vida de los centroamericanos y de orientar a la patria por el sendero del progreso y el respeto de la ley. Esas responsabilidades, Morazán, antes de ir al patíbulo, las dejó claramente establecidas en su testamento en el cual mandó a la juventud a luchar por la patria y a no abandonarla en la situación de crisis en que se encontraba y que no hemos logrado superar todavía.

Pablo Neruda, en su famoso poema Morazán, que introdujo en la segunda edición del “Canto General”, nos dice que a pesar de la noche que cubre nuestra accidentada historia, Morazán vigila para que nuestro camino no se pierda y nos dirijamos certeros hacia un destino de paz y prosperidad. Estas fechas del mes de septiembre son propicias para esa meditación y para que, frente al altar de la patria, nos comprometamos a luchar incansablemente por hacer de Honduras un país digno de comparecer, con desarrollo y bienestar humano para todos, en el concierto de las naciones verdaderamente civilizadas del mundo.

Pero así como Morazán, con su sable levantado vigila y nos advierte de que podría reaparecer para desfacer entuertos, también los hondureños debemos vigilar por la integridad de su estatua en el Parque Morazán o Central de Tegucigalpa; plaza convertida hoy en día en refugio de vagos, delincuentes, predicadores y embaucadores; todo lo contrario de lo que fue hace unas décadas, un sitio en donde figuras como Medardo Mejía acudían a charlar sobre los problemas de la patria con sus amigos y otros parroquianos. Sin embargo, ni la ciudadanía ni el Estado cumplen con esa tarea a la cual no podemos renunciar.

Muchos de los adornos del monumento han ido a parar a saber a qué manos irrespetuosas y delincuenciales o a qué chatarrera, sin que la autoridad haya investigado por estos actos delictivos ni ejecutado medidas para preservar la integridad de monumentos emblemáticos de los hondureños, con vigilancia permanente día y noche. Todas esas pérdidas en el monumento a Morazán debieron, hace tiempo, ser restituidas para conservar su integridad como una muestra de que somos verdaderos morazanistas, seguidores fieles de sus patrióticos ideales. De no actuar oportunamente, no está lejano el día en que los delincuentes se roben el caballo de Morazán y encontremos la personificación en bronce del paladín sentado y atormentado sobre su pedestal.

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