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Instalados en el futuro

  • 07 abril 2024 /
Emy James

¿Qué tal que ya no podremos pasar un tan solo día, o la mitad de uno, sin meternos en alguna pantalla? Podríamos intentarlo, pero muy difícilmente lograrlo. El trabajo, la escuela, los conocidos, amigos, familia, el GPS y el aburrimiento nos mantienen sumergidos en la computadora, la tableta, el celular y el televisor. Esto desde tempranas horas de la mañana y hasta el final del día. Que el móvil sea lo último que se vea antes de dormir y lo primero que se atienda al despertar (dejando a un lado la buena costumbre de primero saludar a quien se tenga cerca), es un hábito bien instalado en una buena mayoría de personas. No se necesita ver mucha película futurista para ver hacia dónde vamos. Automóviles que se conducen solos, máquinas tomando los puestos de las personas en el servicio al cliente, dulces voces mecanizadas haciendo de asistentes virtuales, inteligencia artificial respondiendo las preguntas del examen, el teléfono celular llevado como segunda piel, androides con forma humana para compañía personal, en fin...

En su libro Homo Deus, Yuval Noah Harari nos cuenta sobre algunas cosas muy interesantes que se están gestando en los laboratorios de investigación más importantes del mundo; innovadores tratamientos que tienen que ver con nanorrobots que algún día podrán navegar por nuestro torrente sanguíneo identificando enfermedades, matando patógenos y células cancerosas. Por otro lado, August 2026: There Will Come Soft Rain, un cuento corto del autor de ciencia ficción, Ray Bradbury publicado en 1950, nos habla de una casa en el futuro (2026), la única que ha quedado en pie luego que una catástrofe nuclear ha arrasado con todo. En esta casa (vacía) todo ha seguido funcionando a la perfección por varios años: Las voces que desde parlantes ubicados por doquier, hacen de reloj despertador, que anuncian la fecha, el clima, eventos importantes por venir, y pendientes. La cocina inteligente que prepara el desayuno, el café, para luego colocar cuidadosamente los trastes sucios en el lava vajilla. Los minirobots en forma de ratón que limpian los pisos, y esta parte que me gusta mucho; la voz que lee a la señora de la casa su poema favorito antes de dormir. Seguro que en 1950 esto se escuchaba como un sueño increíble, hoy... no tanto.

Si un comerciante del siglo XVI, de esos que en sus viajes largos se dirigía por su brújula, que al despertar lo hacía con el cantar del gallo, para primeramente sacar su bacinica, posteriormente lavarse la cara, que adivinaba la hora por las campanadas del reloj en la torre de la iglesia del pueblo, que caminaba al mercado por su comida y usaba un horno de leña para cocerla. Que se dirigía al muelle para pasar ahí el día en medio de negocios que le dejaran algunas monedas, varias de las cuales se quedarían en la taberna, por cierto. Un buen tipo que después de una buena charla con los amigos se dirigía a su casa saludando al sereno y que lo último que hacía antes de apagar su vela era leer un capitulo de alguna tragedia shakesperiana. Si este personaje lograra ver la manera en que vive su posteridad, seguro se volvería a morir.