09/12/2024
04:29 PM

El que nada debe...

Roger Martínez

Es común que cuando el Gobierno anuncia que le ha llegado una nueva lista de hondureños pedidos en extradición, o cuando los medios nos dicen que se harán públicos los nombres de ciudadanos de este país a los que el Senado o el Congreso de los Estados Unidos ha señalado como partícipes de alguna trama de corrupción, aparezcan en alguno de los diarios caricaturas en las que una o varias personas se muerden las uñas, se comen la yema de los dedos o tiemblan espantadas. Y lo hacen porque temen que se conozcan sus andanzas, se les despoje de la visa estadounidense o terminen en un tribunal del Norte. Lo hacen porque su conciencia, esa jueza implacable cuando no se tiene deformada, les reclama por sus actos antiéticos, por el daño que han causado a otros cuando se han apropiado de bienes que pertenecen a todos, o han favorecido a parientes, amigos o correligionarios, a sabiendas que cometían un acto inmoral, incluso cuando podrían cubrirlo con un manto de supuesta legalidad.

Mi viejo, un olanchano proverbialmente honrado, decía que no había cosa mejor que dormir, a pierna suelta, porque se tenía la conciencia tranquila; cuando no se tenía miedo de aparecer en la portada de un periódico, a menos que fuera por la realización de un acto meritorio, o se echara a rodar malamente el apellido y la buena fama con tanto esfuerzo conseguido por nuestros ancestros. Porque el que nada debe, nada teme.

Digo lo anterior a raíz de la negativa del Gobierno de renovar el convenio con la OEA para que la Maccih continuara su labor de acompañamiento, como su nombre lo indicaba, a nuestro Ministerio Público en la investigación de actos de corrupción que le han causado un daño inaudito a nuestro país. Claro que da pena, y mundial, de que nuestra justicia tenga que ser tutelada por gente que viene de fuera, pero, ante la inercia del sistema jurídico nacional, no quedaba de otra.

Personalmente, creo que los resultados de la acción conjunta Maccih- Ministerio Público han sido más bien pocos y que, aparte de un par de sonados casos, lo que se tenía por delante era francamente mucho mayor y claramente vergonzoso.

Y no estoy hablando de política, estoy viendo las cosas desde la óptica de la ética, de la moral pública. Este pobre país no merece que lo sigan esquilmando; que todo aquel que llegue a tener la posibilidad de aprovecharse del erario público lo haga con tanta desfachatez; que el ladrón siga siendo el “vivo” y el honrado el estúpido; que él dinero de los impuestos, de la cooperación internacional y hasta el de los préstamos, acaben en el bolsillo de algún malandrín de cualquier color o partido.