28/04/2024
08:08 AM

Diez años de soledad

Renán Martínez

El premio Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez, quien mañana cumple una década de fallecido, solía quejarse de que una de las cosas de la muerte que más odiaba era el hecho de que fuera la única faceta de su vida sobre la cual no podría escribir. Así lo relata su hijo, el cineasta Rodrigo García, en su libro “Gabo y Mercedes: una despedida”. Se trata de una crónica íntima y precisa de los últimos días del escritor con instantes indescifrables como el de ver el cuerpo inerte de su padre siendo empujado hacia el horno crematorio con un ramo de flores amarillas sobre el pecho. En ese momento, lo único que Rodrigo pudo sentir con un grado de certeza, fue que su padre no estaba allí en absoluto, según su narración literaria.

Este relato, entreverado de recuerdos de una vida irrepetible, es la más hermosa despedida al genial novelista y su esposa Mercedes Barcha en quien puso su mirada cuando ella era una niña de nueve años.

Rodrigo García llegó a sentir un poco de culpa, pues no quería escribir algo que pudiera traicionar la vida de su familia. En un principio no tenía claro si publicaría el libro o cómo iba a ser el resultado final. También sabía que no quería sacarlo a luz mientras su madre lo pudiera leer. “No porque hubiera ahí nada particularmente chismoso, pero finalmente era la vida privada”, dijo.

Solo hasta que su madre murió en 2020 a causa de tabaquismo se dio cuenta de que el tema que le interesaba contar en su obra era la despedida de ambos padres. Así lo hizo.

En marzo de 2014, Gabriel García Márquez, con 85 años, cayó en cama a causa de demencia senil, un mal que ha perseguido a la familia, según informó en aquella ocasión su hermano Jaime García Márquez. Sin embargo, los seguidores de Gabo expresaron, con fino humor, que lo que él padecía era Realismo mágico en referencia al estilo literario que caracterizó al autor de “Cien años de soledad”. “De esta no salimos”, dijo Mercedes Barcha a Rodrigo, al ver a su esposo, con el que convivió por más de 50 años, perdiendo paulatinamente la memoria que era su herramienta de trabajo y materia prima, como él decía. “No puedo trabajar sin ella, ayúdenme”, repetía en sus trances de ansiedad el célebre enfermo.

En otra ocasión susurró a su secretaria: “Esta no es mi casa, me quiero ir a mi casa. A la de mi papá, tengo una cama junto a la de él”. Rodrigo y su madre sospecharon que no se refería a su padre, sino a su abuelo, el coronel (y que inspiró al coronel Aureliano Buendía) quien fuera el hombre más influyente en su vida. “Mi padre dormía en un colchoncito en el piso junto a su cama (la del coronel). Nunca volvieron a verse después de 1935”, comenta Rodrigo García en su libro. Así era Gabo, podía hablar de manera hermosa hasta de las cosas más horribles.

El premio Nobel de Literatura murió un Jueves Santo al igual que Úrsula Iguarán, uno de sus personajes literarios más famosos. Coincidió también que poco antes que dejara de palpitar el corazón del novelista, apareció muerto en la sala, un pajarillo, y el día de la muerte de Úrsula Iguarán “hubo tanto calor que los pájaros desorientados se estrellaban como perdigones contra las paredes y rompían las telas metálicas de las ventanas para caer muertos en los dormitorios”.

Una de las frases célebres del escritor es la que reza: “La muerte no llega con la vejez, sino con el olvido”. En tal caso, aunque el genio de las letras haya desaparecido físicamente dejando una eterna soledad, será inmortal en el legado literario que dejó para la humanidad.

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