30/04/2024
02:58 PM

Asilo y respeto de embajadas

Juan Ramón Martínez

Nadie puede, en su sano juicio, defender que las fuerzas de seguridad del país residente, irrespeten las embajadas de los países con los cuales la nación mantiene relaciones diplomáticas. Las infracciones de esta norma, consagrada en la Convención de Viena, tampoco deben ser usadas para justificar la acción del gobierno de Ecuador en contra de la embajada de México en Quito.

Aun aceptando que la conducta de López Obrador no ha sido la de un estadista sino que la de un provocador irrespetuoso de los asuntos internos del Ecuador; e incluso, reincidente al involucrarse en acciones destinadas a burlar la justicia ecuatoriana, no se justifica la irrupción violenta de soldados que agredieron al personal de la embajada mejicana. Porque, incluso, si hubiera sido cierta la especie que el gobierno de Novoa abortó un operativo de López Obrador en que, usando un C—130 de la Fuerza Aérea de México, había iniciado un proceso de evacuación de Jorge Glas hacia la capital mejicana, no se justifica la invasión de la embajada mejicana.

Perfectamente le hubieran capturado fuera de la embajada; y, bajado del vehículo, al margen de lo que hubieran argumentado los funcionarios diplomáticos mejicanos. Es decir que, a los ecuatorianos les faltó talento al proceder, dominados por la fuerza y los resultados, sin parar mienten en los medios usados.

Ahora bien, la defensa de la extraterritorialidad de las embajadas no se justifica desconociendo las bases de la institución del asilo. Y menos, usar el asilo para justificar los excesos de los embajadores en contra de los sistemas legales de los países donde están acreditados. En el caso que nos ocupa, México falló al darle asilo a Glas. Huésped, suena bien. Habría permitido mantener las diferencias, sin haber llegado al desenlace que nos ocupa. Ecuador vivió una experiencia en su embajada en Londres, cuando aceptó a Assange. En ningún momento, el gobierno inglés atentó contra la soberanía ecuatoriana, al margen de las opiniones que se tuvieron sobre el caso. Aunque no es la misma calidad del sujeto: Assange era, y es, perseguido por una acción política. En cambio, Glas, es un condenado por la justicia ecuatoriana; y su fuga, excluye cualquiera consideración de carácter político, por lo que es imposible concederle asilo en ninguna circunstancia que se invoque.

Ante los hechos, no hay que rasgarse las vestiduras. Rafael Correa, un fugitivo de la justicia, asesor del gobierno de Honduras, no tiene calificaciones para dirigir la conducta de los Estados latinoamericanos. Hay que criticar la invasión de la embajada, pero no celebrar a México que se haya equivocado al incumplir los requisitos del asilo; y, menos irrespetado sus obligaciones de no intervenir en los asuntos internos entre los demás países. López Obrador se ha equivocado. Su política exterior es un desastre. Ha roto más relaciones diplomáticas que nadie. México, la nación ejemplar, es ahora una suerte de imperialismo delegado, en nombre de una supuesta hermandad que nadie acepta por ilegítima.

Ecuador y México han transgredido las reglas. Los dos. En diferentes cosas. Deben corregir. Y evitar que en el futuro se creen situaciones como las que comentamos. Agitar la controversia no ayuda. Más bien, la tarea es buscar la solución de los malos entendidos, acercar las posturas y reconstruir las afectadas relaciones entre dos países hermanos. Animar la guerra de palabras y abusar del patrioterismo estéril, no es bueno en esta hora de encapuchado internacionalismo. El camino es la mediación, sin llegar a los extremos de romper relaciones con Ecuador como ha hecho Nicaragua que, en el manejo del caso de Martinelli, no es un buen ejemplo del ejercicio de derecho de asilo.

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