Trump sueña con nuevo imperio estadounidense

  • 23 de enero de 2025 a las 17:27 -

Por: Greg Grandin/The New York Times

Donald Trump ganó dos veces la Casa Blanca con la promesa de cerrar la frontera sur. Ahora habla románticamente sobre expandir la frontera —cuyo “espíritu”, dijo en su segundo discurso inaugural, “está escrito en nuestros corazones”. Ha hablado de comprar Groenlandia a Dinamarca, anexar Canadá, retomar el Canal de Panamá y cambiar el nombre del Golfo de México a Golfo de América. “Qué hermoso nombre”, dijo Trump.

Las frases de Donald Trump en su discurso como presidente de EEUU

Este giro expansionista es sorprendente para un político más conocido por querer que Estados Unidos se refugie detrás de un muro fronterizo. Pero Trump es inteligente. Al parecer, sabe que el nacionalismo furibundo y ensimismado que le valió el cargo por primera vez puede ser autodestructivo, como lo fue durante su asediado primer mandato. Estos llamados, entonces —para hacer que Estados Unidos no sólo sea grande sino también más grande en tamaño— aprovechan una corriente de patriotismo más vigorizante: una visión de unos Estados Unidos que están en constante crecimiento y en constante movimiento hacia afuera.

Los recientes comentarios de Trump han electrizado a su base, y sus partidarios utilizan las redes sociales para difundir planes de batalla para apoderarse de Canadá y mapas de unos Estados Unidos que se extienden desde el Ártico hasta Panamá. Pero Trump también hace eco de los padres de la patria, muchos de quienes pensaban de manera similar que Estados Unidos tenía que expandirse para prosperar. “Amplía la esfera”, escribió James Madison en 1787; aumenta la “extensión del territorio” y se disipará el extremismo político y se evitará la guerra de clases. “Mientras más grande sea nuestra asociación, menos se verá sacudida por pasiones locales”, dijo Thomas Jefferson en 1805, hablando de su Compra de Louisiana.

Doctrina de la conquista

En los años siguientes, Estados Unidos atravesó el continente a una velocidad vertiginosa, citando la doctrina de la conquista mientras tomaba tierras indias y mexicanas, llegaba al Pacífico y luego se apoderaba de Hawai, Puerto Rico y otras islas.

Y en el siglo 20, incluso después de que Estados Unidos, junto con gran parte del mundo, renunció a la doctrina de la conquista, sus líderes aún evocaban un sentido de expansión potencialmente ilimitada, en la apertura de mercados para las exportaciones estadounidenses, en guerras para librar al mundo de los males, en la movilidad ascendente y una creciente clase media, y en la ciencia y la tecnología, que ofrecían lo que el historiador Frederick Jackson Turner dijo una vez que prometía el Oeste americano: “renacimiento perenne”.

Trump está explotando esta historia social e intelectual, prometiendo “seguir nuestro Destino Manifiesto hasta las estrellas” —incluso “hasta Marte”. Pero lo hace con ese estilo brujo que ha perfeccionado, que hace que las ideas convencionales parezcan extravagantes.

Sus detractores pueden burlarse de la idea de anexar Groenlandia. Pero resulta que esa anexión ha sido un objetivo de los políticos estadounidenses durante mucho tiempo, al menos desde 1867, cuando el Secretario de Estado William Seward, poco después de comprar Alaska, consideró comprar la isla —e Islandia— a Dinamarca.

Pero Trump está operando en un mundo muy diferente al de los expansionistas del pasado. En las décadas transcurridas desde que Bill Clinton dijo en 1993 que “la economía global es nuestra nueva frontera”, Estados Unidos ha sido testigo de una contracción de su sentido de lo que es posible. Guerras traumatizantes, una clase media sacrificada, deudas personales paralizantes, tecnología distópica, catástrofes climáticas en serie, niveles de riqueza concentrada de la Edad Dorada, esperanza de vida estancada y jóvenes muriendo a tasas alarmantemente altas —todo esto se ha combinado para crear parálisis política.

La táctica imperial de Trump parece un intento por salir del estancamiento, de decir que no hay límites, que el País sí tiene futuro. ¿Queremos Groenlandia? Tomaremos Groenlandia. ¿Queremos Canadá?

El sitio web Politico reporta que varios partidarios ricos de Trump, particularmente en el sector tecnológico, ven a Groenlandia como valiosa no por sus minerales o su posición estratégica, sino como una forma de restaurar el sentido de propósito de un País a la deriva.

Pero los retos que enfrenta Estados Unidos no se resolverán huyendo a una frontera imaginaria y esperando que su clima inclemente forje, como lo expresó un partidario de Trump, un “nuevo pueblo”.

Y aquí es donde el hecho de que Trump busque a tientas un grito de guerra se vuelve peligroso. Está señalando que el mundo está gobernado por nuevas reglas, que en realidad son reglas viejas: los poderosos hacen lo que quieren; los débiles sufren lo que deben. Con todas sus deficiencias e hipocresías, el orden global que surgió al final de la Segunda Guerra Mundial promovió la idea de que la cooperación, no la agresión, debería ser el punto de partida de la diplomacia.

Fuerza militar de Estados Unidos

Las agresivas fantasías de anexión de Trump —sus amenazas de utilizar aranceles punitivos o fuerza militar para reorganizar las fronteras del mundo— dicen lo contrario. Está enviando una señal clara de que la dominación, no el mutualismo, es el nuevo principio organizador del mundo y que la doctrina de la conquista sigue siendo válida.

De hecho, el mundo está plagado de guerras salvajes. Los grandes estrategas de hoy ven las guerras no como cosas a las que hay que poner fin, sino como oportunidades para crear ámbitos de influencia. En cuanto a China, Joe Biden siguió en gran medida el ejemplo de Trump en materia comercial, y sus diversos esfuerzos por contener a Beijing han aumentado la probabilidad de conflicto, particularmente sobre Taiwán o el Mar de China Meridional. Con la invasión rusa de Ucrania, con el ataque de Israel no sólo a Gaza sino también a Líbano y Siria, y con las propias “intervenciones militares de EU en Afganistán, Irak, Libia, Siria y otros lugares, las ruinas del derecho internacional están a nuestro alrededor”, escribió el teórico jurídico Eric Posner.

Entonces, las reflexiones imperialistas de Trump no están marcando el ritmo sino legitimando algo que ya existe: un nuevo orden mundial donde la agresión es esperada.

Una lección que nos enseña el pasado es que abrir el tipo de equilibrio de poder beligerante que está en funcionamiento hoy —con EU presionando a China, presionando a Rusia, con todos los países, en todas partes, buscando ventajas— conducirá a más confrontación y más guerra.

Greg Grandin es profesor en la Universidad de Yale en Connecticut y autor del próximo libro “America, América: A New History of the New World” y otros libros.

©The New York Times Company 2025

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