Por: Victoria Burnett/The New York Times
Hace siete años, cuando el arquitecto argentino Luis Laplace vio un mural abandonado de los artistas norteamericanos Philip Guston y Reuben Kadish en el Museo Regional Michoacano, en la ciudad mexicana de Morelia, decidió tratar de salvarlo.
El mural, titulado “La Lucha Contra el Terrorismo”, es un caleidoscopio de persecución y resistencia realizado en 1934-1935, cuando los artistas apenas tenían veintitantos años.
Pintada en una pared de un palacio colonial, la composición surrealista de influencia renacentista de cuerpos quebrantados, siniestras figuras encapuchadas y herramientas de crueldad se estaba desmoronando y estaba descolorida. Le faltaban secciones enteras y el patio era utilizado para almacenar sillas.
El mes pasado, el mural de 90 metros cuadrados fue develado de nueva cuenta tras una restauración de seis meses que ha recreado las secciones faltantes y le ha devuelto su vitalidad original. Además de un equipo de conservadores y contratistas, el esfuerzo involucró a la Fundación Guston, que pagó unos 150 mil dólares; varias instituciones culturales mexicanas; una personalidad local; y mucha diplomacia, indicó Laplace.
Guston y Kadish recibieron el encargo del museo para pintar el fresco por recomendación del afamado muralista mexicano David Alfaro Siqueiros, a quien habían conocido en Los Ángeles a inicios de los 30. Los norteamericanos recorrieron unos 2.7 mil kilómetros de Los Ángeles a Morelia en un auto destartalado en 1934 y pasaron seis meses allí, trabajando frenéticamente con la ayuda de Jules Langsner, un amigo y futuro crítico de arte.
Luego de que la pieza fuera develada a principios de 1935, la revista Time describió a los funcionarios públicos y a los agricultores que contemplaban el mural como “boquiabiertos de asombro”.
Pero a mediados de los 40, el mural, con sus crucifijos invertidos y cuerpos desnudos, fue considerado tan ofensivo para los clérigos que el museo accedió a ocultarlo tras una enorme lona, contó Jaime Reyes Monroy, director del museo.
Su antecesor, Eugenio Mercado López, comentó que le habían dicho que lugareños enojados habían dañado el mural y que la lona estaba destinada, al menos en parte, a protegerlo.
El mural languideció oculto hasta 1973, cuando fue descubierto durante las reparaciones del patio, dijo Reyes. Durante los siguientes 50 años, hubo esfuerzos esporádicos para remendar la obra, pero se vieron superados por el fuerte Sol y la humedad implacable.
En la obra de Guston y Kadish, los horrores de la Inquisición se cruzan con los del Ku Klux Klan y la Gestapo. El mural incluye una esvástica y tres figuras encapuchadas encaramadas en escaleras y un andamio sobre escenas de tortura. A la izquierda, hay una representación caricaturesca de personas quemadas vivas.
Para Mercado, el mural contiene un mensaje urgente para el estado de Michoacán, que está plagado de violencia relacionada con las drogas. “Es un llamado a la comunidad local de que no podemos ser indiferentes al sufrimiento”, aseveró.
A partir de septiembre del 2024, un equipo de restauración de cuatro personas estabilizó la superficie del mural con sellador y reparó las áreas en blanco con una mezcla de cal hidratada y arena de mármol.
Utilizaron fotografías y trazaron los contornos originales de la pintura para recrear las secciones faltantes. Las pintaron con pinceladas verticales, una técnica llamada rigatino utilizada en la restauración de frescos para que los espectadores puedan distinguir la nueva pintura de la original.
Laplace predice que la restauración reavivará el interés por la obra entre los fans de Guston y Kadish, pero también entre los morelianos.
“Ahora que hemos creado conciencia, la gente cuidará de ella”, afirmó.
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