Por: Priya Krishna/The New York Times
Los mangos deberían de haber llegado dos horas antes.
Sudando, Yakin Shah caminaba por el estacionamiento de una bodega de carga en el aeropuerto de Newark, Nueva Jersey. Sus dedos revisaban obsesivamente su teléfono, a la espera de noticias del estatus de su preciada fruta.
Esperaba 800 cajas de mangos que habían llegado en avión la noche anterior de una bodega en Pune, India, con escala en Dubai. Casi todas se habían vendido por adelantado a clientes y tiendas de la zona a través de Swadesi Mangoes, la labor secundaria de Shah cuando no está operando una tienda de conveniencia.
Pero cuando finalmente llegaron los mangos, vio que no habían sido refrigerados. La condensación de la delicada fruta había empapado las cajas perforadas, y varias se habían aplastado en el estrecho espacio del contenedor. Los mangos kesar dorados de Gujarat, conocidos por su color brillante, estaban descoloridos y manchados. Los Alphonso, una variedad ultradulce de Maharashtra, estaban blandos.
El aire olía a néctar dulce y hule quemado, a una madurez al límite —un indicio del atractivo y el riesgo que involucra llevar la fruta más preciada de India a su ávida diáspora.
El negocio es brutal. Los mangos son frágiles y la ventana para venderlos es corta. Los clientes son quisquillosos y exigentes. Los márgenes de ganancia son escasos.
Y la competencia puede ser despiadada —y en ningún otro lugar es más intensa que en Nueva Jersey, hogar de una de las mayores poblaciones de inmigrantes indios en Estados Unidos, y de docenas de importadores que han convertido la temporada del mango indio, que se extiende de alrededor de abril a finales de junio, en una auténtica batalla campal.
Hace una década, había un puñado de participantes, comentó Shrungi Panchel, copropietaria de Dil Mango More. Ahora, añadió, el mercado se ha visto abarrotado de comerciantes, la mayoría de los cuales hacen negocio como actividad secundaria de temporada.
El modelo de negocio funciona porque la demanda es alta y los importadores pueden mover grandes volúmenes a precios bajos. Pero este año ha sido particularmente duro, con la guerra arancelaria, una temporada de monzones adelantada en India y el cierre temporal de una de las instalaciones de irradiación gamma de ese País que esteriliza mangos. El aeropuerto de Newark se ha visto afectado por vuelos cancelados o retrasados, resultando en fruta podrida.
¿Por qué querría alguien arriesgar tanto por tan poca recompensa?
“Lo hacemos por amor a los mangos”, dijo Shah, quien calculó que, con suerte, obtiene entre 2 y 3 dólares de ganancia con cada una de las 10 mil cajas que vende en una temporada. “Ninguno de nosotros gana tanto dinero”.
La mayoría de los mangos importados a Estados Unidos proviene de México, donde suelen venderse en tiendas por menos de 10 dólares la caja. Sólo el 3 por ciento llega de India, dice el Gobierno estadounidense, y se vende entre 30 y 50 dólares la caja —hasta 8 dólares por mango. Los fans de los mangos indios son devotos y muchos están dispuestos a pagar cualquier precio por un poco de nostalgia.
“No es una compra racional”, dijo Kaushal Khakkar, director de Kay Bee Exports en Mumbai, el mayor exportador de mangos indios a Estados Unidos. “Los mangos se consiguen de otros países a un precio mucho menor que el de India, pero la gente recuerda su infancia al consumir mangos indios”.
Los mangos de otros países “no saben igual”, dijo Dipan Anarkat, mientras miraba los mangos en una sucursal de la cadena de supermercados sudasiática Patel Brothers. “Es como comprar un BMW en lugar de un Honda Accord”.
Apoorva Reed dijo que ha gastado de 300 a 400 dólares en mangos a la vez, prefiriendo la fragante variedad Dasheri del norte de India, que le recuerda los árboles de mango de la casa de sus abuelos.
“Sinceramente, ni siquiera miro los precios”, dijo.
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