Asegura que nació en 1904 cuando San Pedro Sula era una comunidad de casas de bahareque y techos de manaca, donde se respiraba el olor de las haciendas diseminadas en los alrededores.
Si la fecha de su nacimiento es correcta, don Marco Mayorga tiene 103 años, lo cual él considera una bendición porque se encuentra lúcido y relativamente saludable.
En una casa de adobes enclavada en un cerro de la colonia Nueva Primavera, don Marco pasa meciendo sus recuerdos, junto a su compañera Marcela Guardado con quien se casó hace dos años por lo civil y lo religioso, después de casi cincuenta años de unión libre.
Dice que dejó su ombligo enterrado en la aldea de La Pita, sector de Chamelecón donde pasó su niñez cuidando el patrimonio de su padre.
Luego se vino a San Pedro, donde hizo de todo, desde prestar servicio militar cuando 'todavía no se había sentado Carías', hasta trabajar como vigilante de diferentes haciendas.
Por eso puede dar fe de como era la San Pedro Sula de principios de siglo 20 cuando las casas más lujosas eran de adobe y algunas haciendas estaban ubicadas en el centro. 'Aquí nomás, cerca de donde ahora está la catedral, se encontraba la hacienda de Jorge Prieto, mientras que en el barrio El Benque, tenían sus vacas Pilo y Roque Hernández', dice.
Memoria privilegiada
Don Marco con su hija Pastora y su nieta Dilcia en su casa de la colonia Nueva Primavera.
Tal vez no tenga la memoria de don Chalo Luque, quien escribió el libro 'Memorias de un sampedrano'.
Sin embargo, recuerda que por aquel tiempo había tanta vegetación que algunos vecinos iban a cazar por el sector donde ahora funciona el hospital Leonardo Martínez.
Al norte del parque estaba la plaza de armas, por donde era imposible circular en tiempo de las revoluciones, debido a los enfrentamientos armados que impregnaban de pólvora y muerte las calles, según el relato.
De los alcaldes de su época al que más recuerda es a Rubén Bermúdez, el primero que empezó a devengar un sueldo.
Antes de él las autoridades municipales trabajaban ad honorem, por eso nadie se peleaba por ser alcalde, mucho menos regidor, como ahora.
En esto coincidía también el fallecido Chalo Luque quien manifestaba que antes los vecinos formaban comisiones para ir a pedirle a algún ciudadano destacado, que aceptara el honor de ser alcalde.
Allí va el farolero
Antes de 1912 las calles de San Pedro Sula se alumbraban con faroles de gas o kerosene. Había uno en cada esquina sobre un poste de madera de unos diez pies de alto.
Todas los días muy de mañana salía el farolero con una escalera a apagar los faroles que habían estado encendidos toda la noche. Más tarde salía con una carretilla de mano, una lata de gas y su escalera a limpiar las bombillas para luego llenarlas con el carburante.
Antes de que empezaran a caer las sombras de la noche, pasaba nuevamente a encenderlas.
Uno de esos faroleros era don Pablo Cárcamo, cuya familia vivió hasta hace poco en el sector de Arenales.
Uno de los centros más iluminados era el parque Luis Alonso Barahona que tenía dos faroles de carburo en cada entrada.
En el interior de las casas también se usaban las lámparas de diversas clases a base de gas kerosene.
Desde quinqués con pantallas pintadas de diferentes colores hasta lámparas de colgar adornadas con colgantes de vidrio, iluminaban las casas hasta que llegó la electricidad.
Llegó la electricidad
Un día sábado de 1912 el invento de Tomás Alva Edison dio un nuevo esplendor a la ciudad.
Los sampedranos quedaban embelesados con la mágica iluminación y sobre todo con los foquitos de la tienda de don Luis Carón en el barrio El Benque que se encendían y apagaban formando letra por letra la palabra C-a-r-o-n.
Pocos días después abrió sus puertas el cine Excélsior en la llamada Calle del Comercio, donde las funciones eran animadas con música de marimba porque las películas eran mudas.
El cine se quemó pocos meses después a causa de un corto circuito, pero luego fue sustituido por la sala Variedades que comenzó funcionando en una casa particular.
La ciudad estaba entrando a una nueva época de desarrollo.
Una antigua leyenda
Los techos de la mayoría de las casas estaban hechos con palma de corozo que abundaba en esa época.
Una leyenda muy difundida en San Pedro Sula a principios del siglo pasado era la de la carreta fantasma. Decían los vecinos que a las 12 de la noche, todos los viernes, corría una carreta fantasma desde el barrio Guamilito hasta el cementerio general, pasando por la quinta avenida y toda la avenida Lempira.
Creían que era la carreta del negro Chale Vilay, personaje que había sido muy conocido por ser el que transportaba los muertos hacia el camposanto.
Aseguraban los pobladores que escuchaban los chirridos de las ruedas de aquel misterioso carruaje y el chasquido de las patas de los caballos que la halaban.
Algunos se atrevían a espiar por las ventanas y podían ver el bulto que desaparecía entre las sombras de la noche. El espanto comenzó a aparecer después que falleció el negro Chale Villay, quien había tenido una intensa actividad durante la epidemia de fiebre amarilla que causó centenares de muertos en la ciudad en 1912.