26/04/2024
12:56 AM

Artesanos pateplumas: El arte del tejido en Santa Bárbara

En su mayoría mujeres, mantienen vivas las destrezas con el junco, el tule y la palma.

    SANTA BÁRBARA.

    Para los habitantes de la comunidad de Arada, Santa Bárbara, tejer con junco no solo es un oficio artístico, sino una herencia generacional y parte de la identidad de decenas de santabarbarenses que perduran realizando esta labor que fascina a hondureños y extranjeros.

    Una de ellas es Leonor Pineda Caballero (de 67 años), quien aprendió a trabajar el junco con tan solo 17 años instruida por su madre María de los Ángeles Caballero. En la actualidad, esta artesana impulsa los productos de junco de sus compañeras en un souvenir instalado en el despacho de su casa, ubicada en el centro de esa comunidad.

    Leonor Pineda, artesana del junco de Arada, muestra canastas hechas de esta planta. En su casa tiene una tienda donde expone los productos de toda la comunidad. Los aradeños no enseñan el tejido a foráneos porque lo consideran su patrimonio, e incluso hay un acuerdo en punto de acta municipal sobre el tema.
    Pineda Caballero relató que aunque del junco se pueden hacer muchas manualidades, hace 40 años en Arada eran especialistas en la elaboración de sombreros, sin embargo sudamericanos miembros del Cuerpo de Paz a su llegada al pueblo compartieron conocimientos sobre la manipulación del junco para realizar cestas y el mercado se diversificó.

    En la actualidad del junco seco los aradeños elaboran bases para vasos, paneras, cestas, aisladores individuales, fruteros, ovalados ornamentales, joyeros, aretes y llaveros.

    En El Níspero, la comunidad vecina de Arada, las artesanas son especialistas en el tejido de tule, con el cual hacen carteras, principalmente.
    Los precios de estas artesanías oscilan entre los 100 y los 600 lempiras y para tejer una, dependiendo de la habilidad del artesano y el tamaño, puede llevar de uno a tres días. Sin embargo, el proceso para teñir el junco lleva dos días previos y se realiza al pintar con anilina las fibras para que tengan distintos tonos.

    Asimismo a otras piezas se les aplica un barniz especial para texturizar las creaciones y protegerlo de la inclemencia del ambiente, proceso que dura hasta 15 días y aumenta el precio de las piezas.

    Entre el casco urbano de Arada y su aldea El Ocotal, hay cerca de 100 artesanas mujeres dedicadas a esta labor, las que sueñan que sus hijas continúen con el legado de generaciones.

    El gran talento de los pateplumas para realizar estas manualidades ha cautivado a asiáticos, europeos y norteamericanos, quienes antes de la pandemia llegaban hasta esta remota comunidad para comprar las creaciones y conocer su proceso de elaboración.

    En el centro de Arada, en la colindancia de la alcaldía municipal, se exhiben dos murales con ilustraciones del trabajo en junco como una muestra de la identidad de sus pobladores hacia esta labor.


    En Nuevo Celilac los habitantes hacen pequeñas artesanías de tusa de maíz.

    PANDEMIA Y MIGRACIÓN

    Los aradeños artesanos se han visto afectados gravemente por el cierre de la economía por la pandemia y actualmente han optado por dedicarse a otras actividades por falta de compradores y de personas que les transporten sus creaciones a las grandes ciudades. Desde hace años los productos aradeños son expuestos por Pineda en Valle de Ángeles, pero por la pandemia esto también se detuvo.

    Entre las peticiones de los artesanos aradeños está que se les dé un espacio en la casa de la cultura de Santa Bárbara porque deben ir hasta puntos lejanos para dar a conocer su trabajo. En otros pueblos como San Nicolás, Santa Bárbara, el arte del junco desapareció hace más de 30 años.

    “Este es el patrimonio de La Arada, aquí hasta las niñas le tejen, pero últimamente la gente prefiere irse para San Pedro a trabajar a las maquilas, sin embargo, aún hay algunos jóvenes que persisten”, dijo Pineda.

    Josefa Castellanos muestra el producto de la comunidad de El Níspero en su casa. El producto de esta comunidad se comercializa en Copán Ruinas.

    APRENDIZAJE

    Entre esos artesanos está Floridalma Hernández (de 34 años), quien aprendió a los siete años a elaborar sombreros con su madre Juana Benítez. Luego se instruyó en la creación de cestas y en la actualidad se especializa en la elaboración de joyeros. “Lo que más sé tejer es bisutería o joyería de palma. Elegí ser artesana porque me gusta esto”, dijo.

    Floridalma tiene cerca de 17 años siendo asistente de Leonor Pineda en el souvenir y juntas tienen la intención de impulsar la subsistencia del arte comunitario de su localidad y dar a conocer lo bueno que tiene Honduras.

    “Esto es parte del turismo, es nuestro patrimonio, creemos que en la escuela local los maestros deberían enseñarlo a los niños para que perdure. A veces sentimos que la violencia que afecta al país también impacta en el turismo porque luego de crímenes sonados los turistas dejan de venir acá”, agregó Leonor.

    Enma Suyapa Díaz, habitante de El Níspero, muestra la cartera y monederos de tule que elaboró en su casa.

    ARTE Y ESPECIALIZACIÓN

    A 12 kilómetros de Arada, montaña arriba, se localiza la comunidad de El Níspero, donde prevalecen las artesanas del tule. El tule, como el junco, es una planta con considerable maleabilidad y consistencia por lo que es utilizado para tejer petates, carteras, carpetas, cobertores de libros y monederos.

    Enma Suyapa Díaz (49) también aprendió a tejer petates a los seis años gracias a su madre Virginia Ponce y aunque muchas personas en El Níspero saben hacer esta actividad, es una de menos de 20 que aún los elabora y comercializa.

    “Hace 20 años casi todas las mujeres de la comunidad nos dedicábamos a ello. Ahorita tenemos un grupo de 12 mujeres que tejemos el petate natural, porque a la juventud de hoy no le gusta esta actividad porque muy barato lo compran. Para hacer un petate se tardan dos días y solo dan L35”, dijo.

    En el parque de Arada hay dos murales dedicados a recordar la labor de tejido de junco.
    Las fibras de tule se separan con un cuchillo. El corazón del tule es utilizado para hacer la base del apero de las bestias y se entrelaza en madera.

    Enma Suyapa ha persistido en esta labor diversificándose con otros productos más rentables como carpetas, monederos y carteras con forros internos de tela, pero por la pandemia los clientes han menguado. Sus productos son enviados a San Pedro Sula y Tegucigalpa y han llegado al extranjero.

    De sus hijos Josué (20), José (30) y Blanca (32), solo el primero aprendió a manipular el tule, pero solo lo realiza para crear adornos para su casa.

    “Creo que de aquí a un tiempo esto se extinguirá porque a los jóvenes ya no les gusta”, reafirmó.

    Santos Padilla tiene más de 70 años creando artesanías con el junco en su pueblo natal.
    Una cartera de tule vale 200 lempiras, un fólder forrado 150 y los monederos de 80 a 100.

    Las artesanas del tule cada sábado exponen sus productos en la feria del agricultor local.

    Josefa Castellanos (de 58 años) comenzó a manipular el tule a los siete años, pero relata que fue hasta 1997 que en la comunidad se comenzó a pintar el tule con el extracto de la madera de Brasil y anilina.

    En ese sentido la artesana, que comercializa las creaciones propias y de sus vecinas, afirmó que aunque casi toda la comunidad sabe elaborar petates de tule, solo un reducido grupo crea y comercializa manualidades pintadas como monederos, carteras y forros de biblias.

    En Ilama, Santa Bárbara, algunos habitantes tejen sombreros de palma y otros habitantes los venden sobre la carretera RN-20 que conduce a la cabecera departamental. Estos sombreros son sometidos a un proceso industrial de moldeado para crear “cowboys hats” y otros estilos.