Dentro del terreno de juego no hay espacio para la metáfora; su reino es el pensamiento y la palabra y el verbo son un himno y credo. Ni un árbitro porque practique el zumo, ni un equipo que traspase la línea del mediocampo con sus once jugadores puede inclinar el plano verde.
Así como ningún ataque puede finalizar con diez jugadores invadiendo el área más pequeña, nadie se puede defender con sólo dos jugadores, no por la cantidad de atacantes, sino porque el cociente es mucho para el divisor y quedan peligrosos residuos.
El arte de la guerra es la defensa y el ataque; la defensa no es suma ni resta, por lo tanto, no existe la división. La defensa es la raíz cuadrada de la ecuación.
En pocas palabras, en el fútbol el terreno de juego, con su largo y ancho, exige, como el Kamasutra, el dominio de la tabla del 2x1, del 2x2, del 2x3, etc. de pequeñas sociedades y microsistemas. El balón es el sol y los jugadores, los planetas.
Dentro de cada planeta hay vida en equilibrio, virtudes y defectos, agua y carne, herencia y futuro, ataque y defensa, sonrisa y lágrimas, pero siempre se debe girar alrededor del sol, no importa la posición que tengan en el equipo, ya sea robada, comprada, traspasada o forjada.
Ni la técnica, ni la táctica son macho o hembra, carecen de sexo, ninguna de las dos pertenecen en exclusividad al ataque o a la defensa. Las primeras son las herramientas teóricas y prácticas para poder realizar las segundas.
Así hay una cobertura ofensiva para arropar al que tiene el balón y defensiva para arropar a quien quiere apoderarse del balón. Igualmente hay una forma de medir el tiempo que se puede realizar teniendo o no el sol. Tratando de sublevar a los apologistas del ataque y la defensa, que han convertido en dos continentes diferentes al norte y al sur, diremos que el pressing es un comportamiento ofensivo de la defensa.
No se atreve a unir el día y la noche, por ello inventaron contra el equilibrio, contra la masa, el ascensor y el partido vip. Cuando se dividen las cosas, cuando se utilizan calificativos extremos, sin duda existe la desconfianza al hombre más cercano y a la propia sombra.
Pero cuando esta teoría se convierte en ecosistema, se duda de todos. La capa de ozono que protege al corazón se convierte en un uniforme de guerra a través del cual se pueden observar el peso de miles de rayos de sol perforando la tierra.
Nos hemos convertido en reguladores del hombre y sus sueños. La política y el fútbol llevan atados a su cintura un reloj de arena, para ser feliz hay que ganar la loto, tiene que ser campeón el equipo de mi simpatía, tengo que llegar a ser presidente de la República, de todos modos no hay reelección, ya que va por delante el predicado y no el sujeto. Contra todo esto, más que la reforma de los artículos pétreos, se necesita un nuevo campeón.