Viajaron miles de kilómetros con la ilusión de vivir y disfrutar la primera victoria catracha en unos Juegos Olímpicos, pero la gran Italia, como ocho años atrás en Sydney, nos volvió a dejar con las ganas.
A las tres de la tarde, dos horas antes del juego, el grupo más numeroso de catrachos llegó a la platea alta del sector suroeste del estadio Olímpico de Qinhuangdao.
Ellos llegaron procedentes de la capital en una excursión que comanda el capitán Gilberto Rivera. Colocaron una gran Bandera Nacional en el sector superior del inmueble y convirtieron esa porción de territorio chino en uno hondureño, mientras la población local los miraba con curiosidad.
Desde que el golero Kevin Hernández salió a realizar los ejercicios de calentamiento, a las 4.10 de la tarde, hasta el momento en que Pavón falló el penal, ese grupo de catrachos no paró de alentar.
Desde luego, el punto más alto de apoyo surgió después de que el equipo nacional saltara a la cancha, otro luego de la entonación de las sagradas notas de nuestro Himno Nacional y hasta antes del minuto 41 cuando la Bicolor ya se había asentado en el terreno de juego y monopolizaba la posesión de la pelota.
En otro sector del estadio se encontraban 'haciendo fuerza' el seleccionado Walter 'El Peri' Martínez, Michell, la esposa de Emil y su vástago, y Ever Amador, un hondureño que tiene cuatro años de radicar en este enorme país asiático.
Dispersos, pero unidos por el mismo sentimiento, los catrachos se ilusionaban con el batacazo, pero surgió Giovinco y compañía para destruir el bello sueño.
Se fueron tristes, 'sin garganta', pero prometieron regresar el domingo ante Camerún, porque la Bicolor, el equipo más querido de todos, jamás, pero jamás, estará solo, juegue donde juegue.

