27/04/2024
02:23 PM

El ahorcado de Palmira

Era buscado por las autoridades por los crímenes cometidos en Catacamas.

    La policía había recibido la denuncia de la madre de la joven violada, quien con lujo de detalles narró los sucesos. Agregó que el novio de la muchacha había desaparecido y que temían por su vida, ya que la fama de asesino de Anselmo era muy grande.

    Tres días más tarde fue encontrado el cadáver de Antonio, el novio de la muchacha violada, en el barrio El Manchén. Presentaba varios impactos de bala y golpes en el rostro.

    El hallazgo provocó la ira de los vecinos y el deseo de venganza del padre de la muchacha. “Juro que donde lo encuentre lo voy a matar”, prometió.

    Un día, la policía recibió valiosa información sobre el paradero del asesino. Lo habían visto merodeando por el Hospital General San Felipe y se suponía que vivía en el barrio Pueblo Nuevo, en la misma zona.

    Dos policías encubiertos mantenían estricta vigilancia sobre el hospital San Felipe y fue así que una tarde lograron sorprenderlo.

    —Anselmo, somos de la policía. Estás detenido.

    El hombre, en vez de hacer caso a los requerimientos, sacó una pistola y comenzó a disparar. Al escuchar los disparos, otros agentes que se encontraban cerca corrieron al hospital para cercar al delincuente que corría para escapar.

    Las noticias corren como fuego en hierba seca. En El Manchén, el padre de la joven violada tomó una pistola y se fue en busca del delincuente.

    El hombre huyó desesperadamente y corrió hacia la zona que hoy se conoce como Palmira en el preciso instante en que llegaba el padre ofendido. El señor, al ver al delincuente que había violado a su hija, le golpeó la cabeza con un palo y le causó un desmayo. Inmediatamente lo amarró con un lazo y con ayuda de vecinos y curiosos que habían armado un escándalo lo llevaron hasta un árbol y ahí lo ahorcaron antes de que se hiciera presente la policía.

    Durante horas, los vecinos de El Guanacaste fueron a ver el cadáver del hombre que colgaba de una rama. Todo fue tan rápido que los propios policías quedaron asombrados por la acción de los hombres que ajusticiaron al criminal. Las señoras comentaron que él que la hace la paga.

    Pasó un año y la gente se fue olvidando de la muerte del criminal, que había sido muy comentada. Una tarde de junio, el cielo estaba oscuro. Se presagiaba una gran tormenta sobre la capital. La gente comenzó a buscar refugio para evitar problemas.

    Un grupo de estudiantes bajaron del Hospital San Felipe hacia la ciudad. Pasaron por la última calle para llegar al puente de El Guanacaste cuando comenzó a llover.

    —Por aquí —gritó de repente un estudiante—, ahí hay una casa.

    Todos corrieron hacia la vivienda de adobe abandonada donde hoy se levanta un supermercado.

    —Aquí no nos vamos a mojar —dijo el joven—. Conozco este lugar. Es de una familia que la abandonó.

    Todos corrieron para no mojarse y entraron cuando comenzaba a oscurecer. El hombre que se les había unido sacó una caja de fósforos y unas candelas.

    —Qué suerte, muchachos. Acabo de comprar estas candelas en la pulpería.

    Las velas fueron colocadas en lugares estratégicos para iluminar la vieja casa mientras pasaba la tormenta.

    —Ustedes son estudiantes, ¿verdad? —dijo el hombre—. Lo sé por las gabachas de médicos que traen.

    —Así es —contestó una muchacha—, nos dejó el carro y nos venimos a pie, con tan mala suerte de que ya ve usted cómo está lloviendo. ¿Vive por aquí?

    —Así es, vivo a pocas cuadras de aquí, cerca de donde mataron a un hombre colgándolo de la rama de un árbol.

    La joven curiosa le preguntó:

    —¿Un ahorcado? No sabemos nada de eso. ¿Qué fue lo que pasó?

    —Bien. Les voy a contar lo que pasó con ese hombre que ahorcaron. Era un asaltante y asesino. La policía lo buscaba desde hacía tiempo. Cometió muchas fechorías en la ciudad y se iba a refugiar en los pueblos cercanos. Un día encontró a una chica cerca de aquí, en el barrio El Manchén. Le tapó la boca, la llevó detrás de unos matorrales y la violó. Luego, para que no lo denunciara, la mató.

    —Qué hombre más malo, ¿verdad? —comentó un estudiante—. Tuvo lo que se merecía, ¿no le parece?

    El hombre asintió con la cabeza y siguió el relato.

    —El papá de la muchacha lo sorprendió mientras huía de la policía y lo golpeó con un palo en la cabeza. Al rato llegó un montón de gente porque se había corrido la voz y lo ahorcaron.

    Cuando la policía llegó, el hombre llamado Anselmo acababa de morir ahorcado.

    —Y a usted, señor —preguntó la muchacha—, ¿quién le contó esa historia tan macabra, tan espantosa?

    —Nadie me la contó, yo la viví.

    —¿Cómo que usted la vivió?

    —Sí, señorita, yo viví historia que les acabo de contar porque yo soy Anselmo. Ja, ja, ja, ja.

    Cuentan que los estudiantes salieron de aquella casa a punto de enloquecer. Es una historia real de la ciudad capital.