28/04/2024
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Cuentos y Leyendas: El rosario

En el barrio Cristales, de la ciudad de La Ceiba, vivía una negrita que se ganaba el pan de cada día vendiendo pescado frito, se iba a la orilla de la playa con sus dos hijas, ahí mismo cocinaban cocos y les sacaban el aceite, freían pescados y los tostones que eran las delicias de los clientes.

    La negrita se llamaba Cleofe y era muy católica, antes de ir a vender y a cocinar rezaba el rosario con sus hijas en su humilde casita. Una vieja amiga de doña Cleofe le había traído un hermoso rosario de cuentas cristalinas de la ciudad de Esquipulas, Guatemala, en una romería que había realizado y a la que la doña no pudo ir por falta de dinero, además no podía dejar solas a sus hijas.

    Poco a poco fue mejorando económicamente y logró comprar una buena casa en la orilla de la playa. La forma de preparar el pescado, los tostones, la ensalada y sobre todo la atención de sus hijas hacia los clientes, hicieron que subiera la clientela, lo que como es lógico provocó la envidia de algunos vecinos, especialmente de Erasmo, un negro mal encarado, repugnante y malvado.

    “Esa vieja me ha quitado los clientes no por el pescado, sino por esas negras nalgonas de sus hijas, ya veré la forma de hacerle daño”.

    Erasmo había vivido en Belice y allá aprendió las malas artes, eso todo el mundo lo sabe, además de que su mujer vendía pescado frito, él atendía a sus clientes que iban en busca de amarres y filtros de amor. Una noche hizo un muñeco de cera, lo envolvió con cintas de colores y pronunció un conjuro en contra de Cleofe, colocándole alfileres en la cabeza.

    Los demonios que son los mensajeros de los brujos provocaron de inmediato un terrible dolor de cabeza a la negrita. “Hay hijas mías, qué me duele la cabeza, de repente me ha pegado un gran dolor”. Al siguiente día la pobre mujer no pudo levantarse. “Ya le dimos medicina mamá, ojalá se le quite el dolor, ¿por qué no rezamos el rosario?”, ella colocó las cuentas de cristal entre las manos de su madre y aun con aquel inmenso dolor comenzaron a rezar.

    Entretanto el malvado Erasmo tomó de nuevo el muñeco y le ensartó dos alfileres en la espalda, de inmediato la negrita gritó del dolor y ya no se pudo levantar. Haciendo grandes esfuerzos sus hijas lograron que se incorporara y la llevaron donde un médico, éste la examinó detenidamente y dijo, “que extraño, aparentemente su mamá está sana, la voy a inyectar y usted le va a hacer unos masajes como le voy a enseñar”.

    Con la inyección Cleofe ya no sintió los dolores y así regresó a su casa con sus hijas; ese día no trabajaron. A escondidas Erasmo miraba que Cleofe había suspendido las ventas, “jejejeje, eso les va a enseñar a no quitarme mis clientes”.

    Llegó la noche, Cleofe vio que sus hijas estaban profundamente dormidas, se levantó, agarró el rosario entre sus manos, abrió la puerta de la casa y caminó hacia la playa, afuera la luna brillaba y como un enorme reflector iluminaba las aguas del mar. La negrita se arrodilló y con una fe interna dijo: “Señor, sé que hay gente mala que me tiene envidia, no le hago daño a nadie Padre, te pido Señor que todo el mal que me han provocado regrese donde se originó, soy tu hija y te pido ayuda”. Arrodillada, y como único testigo de su angustia, el mar lanzaba sus olas suaves como si hubiera escuchado la petición de Cleofe. Se levantó de la arena, se dio cuenta que ya no le dolía ni la cabeza ni la espalda, alzó de nuevo sus ojos hacia el cielo y murmuró: “Gracias Padre Eterno, gracias”.

    En los días subsiguientes la clientela aumentó ante los asombrados ojos del malvado Erasmo. “No puede ser, si yo vi cuando salió de la clínica, ¡pero ya vas a ver negra del demonio!, ¡ya vas a ver!, ¡esta misma noche te mato!, ¡ni tus hijas se escaparán!”

    Al llegar la noche Erasmo esperó que todos en su casa se durmieran, agarró el muñeco de cera, hizo varias invocaciones ensartando más alfileres para matar a Cleofe.

    Pero su ira y envidia eran muy grandes, agarró un galón de gasolina, unas cajetillas de fósforos y se fue caminando por la orilla de la playa hasta llegar a la casa de la noble negrita.

    Todo estaba solo, no había una alma por esos lugares. Erasmo roció con el combustible los alrededores de la casa y encendiendo un fósforo prendió fuego. Salió corriendo rápidamente hasta llegar a su casa donde lo esperaba una sorpresa, no era la casa de Cleofe la que estaba rodeada de llamas de fuego, sino la de él. Petrificado escuchaba los gritos de su mujer y de sus hijos que no pudieron escapar del incendio, desesperado trató de entrar y las llamas lo envolvieron.

    Cleofe escuchó disparos de armas de fuego y gritos, luego la sirena de los bomberos; abrió la ventana y vio a lo lejos que una casa se estaba quemando, en ese momento inexplicablemente sintió que alguien colocaba el rosario en sus manos, ahí mismo cayó de rodillas y comenzó a orar. La negrita sabía que los demonios cobran los favores que hacen, se dio cuenta que Erasmo la tenía embrujada porque entre los escombros un bombero encontró el muñeco de cera con el nombre de ella.

    Pasó el tiempo y una noche un grupo de jóvenes trasnochados andaban bebiendo y bailando en la playa, cuando de pronto vieron un gran incendio, se subieron a sus vehículos avisando a los bomberos y a la policía, regresaron a la playa y grande fue su sorpresa, la casa que estaba en llamas había desaparecido.

    Muchas personas vieron el mismo incendio con similares resultados, la última vez que ocurrió, las personas que lo vieron escucharon los gritos aterradores de la gente que se quemaba.

    Nunca se volvió a ver el misterioso incendio.