Trabajan en basureros, viven sin energía, en casas de lámina y al borde de infecciones
Hay asentamientos en las cercanías de basureros municipales, la contaminación es una bomba de tiempo y su vida gira en torno a extrema pobreza, incluso sin los servicios básicos.
Foto: Héctor Edú / LA PRENSA
En estas imágenes aparecen Merlin López junto a dos de sus hijos, descansando sobre el único colchón que tienen en casa.
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San Pedro Sula, Honduras.
Hay muchos sitios olvidados del país donde las historias de muchos hondureños convergen con la basura, el único medio que tienen para su sustento diario.
El hedor penetrante es un recordatorio constante de la dura realidad que enfrentan todos los días. Las viviendas improvisadas, construidas con cartones y láminas oxidadas, parecen surgir directamente de las profundidades del abandono.
El acceso a agua potable es un lujo lejano, la atención médica, una ilusión distante y la educación, una promesa eternamente incumplida. Los rostros cansados y las miradas de los adultos revelan la lucha constante por la supervivencia. Los retazos de desesperación y la risa que destilan los niños desafían al destino y se mezclan con el crujido de los envases rotos y otros desechos.
En el corazón de la contradicción, uno de los lugares con mayor precariedad en el país es la colonia 17 de Enero, ubicada en sector Las Metálicas, del municipio de La Lima. Esta zona es el espejo de las dificultades que enfrentan otros sectores de Honduras.
Un total de 140 familias tienen sus casas muy cerca y a su costado el vertedero en el cual llega la basura que proviene de toda La Lima. Es increíble pensar cómo esta gente puede vivir y comer con “naturalidad” mientras desagradables olores se extienden por todos lados.
En esta colonia no hay energía eléctrica y el agua que consumen los hogares proviene de un pozo instalado con mucho esfuerzo en el sitio.
Los residentes hombres se dedican a trabajar la agricultura o en fincas, mientras que gran parte de las mujeres se aglutinan todos los días en el basurero municipal que tienen en las cercanías para recolectar desperdicios que puedan rescatar y vender posteriormente a cambio de 1,000 lempiras, cifra promedio que gana una persona a lo largo de la semana.
La Unidad de Investigación de LA PRENSA Premium recorrió gran parte del circuito de la colonia y se internó en varias de las casas para conocer de primera mano la realidad con la que conviven familias enteras.
Algunos de los habitantes se han visto obligados a instalar plantas solares ante la ausencia de energía eléctrica. Con eso acceden, aunque con limitaciones, a servicios como la televisión, la radio, el Internet, electrodomésticos y la carga de su teléfono.
Después de las 6:00 pm o cuando la luz comienza a desvanecerse, todo el sector permanece en completa oscuridad, salvo dentro de ciertas viviendas. Las personas se desplazan a diario al casco urbano de La Lima para comprar hielo y conservar los alimentos, y periódicamente compran baterías para disponer de corriente.
No hay proyecto de aguas negras y la dinámica es como a la antigua, en pozos sépticos, porque no cuentan con servicios de alcantarillado público. Tienen un escuela, pero en condiciones desfavorables para atender adecuadamente a tanta población estudiantil.
La ausencia de un centro de salud significa que ante una emergencia, solo aquellos con recursos económicos pueden acceder a atención médica en el centro de La Lima, mientras que el resto debe arreglárselas como pueden y con lo que tienen.
Merlin López (27), quien se encontraba descalza y en compañía de sus cuatro niños jugando en el corredor de su casa al momento de nuestra llegada, alzó su voz para relatar la realidad en la que viven.
Cada noche, el calor y el olor se convierten en compañeros de insomnio. “No estamos para nada cómodos, el mal olor se revuelve, contamina y dormimos con mucho calor todos los días”, externó la ama a de casa.
En un solo espacio, su familia comparte espacio para dormir, cocinar y comer. Tienen tirado sobre el suelo un colchón donde duermen ella, su esposo y los cuatro hijos.
Dania García (41) es otra pobladora que sufre los embates de la pobreza, y la basura es su vecina más cercana, una paradoja que comparte con sus dos hijos y un nieto, puesto que su esposo trabaja frecuentemente en la zona sur como electricista. “Una hija y nuera trabajan en el basurero, eso es de todos los días y de allí también nos mantenemos”, comentó la mujer, sentada sobre una cama desordenada en el suelo.
Juan Bonilla, quien se ha desempeñado como tesorero del patronato en la colonia, narró y resumió el conflicto social en curso. En una combinación de sensaciones exteriorizó su satisfacción, porque si bien es cierto, el basurero ha generado empleo durante muchos años, también ha afectado la salud de los vecinos.
“Desde las tormentas Eta y Iota (a finales de 2020) fuimos más afectados y nos nos hemos podido recuperar. Algunas organizaciones locales e internacionales nos han apoyado, y hemos tocado puertas en la Alcaldía, pero nos las han cerrado, no han respondido”, aseguró Bonilla en conversación con LA PRENSA Premium.
Daños colaterales
La basura no solo representa un paisaje deprimente, sino también una carga ambiental insostenible. Los desperdicios se acumulan sin control, liberando gases tóxicos que contaminan el aire, el suelo y las fuentes de agua cercanas. La ausencia de un proyecto de aguas negras agrava el problema, obligando a la comunidad a recurrir a pozos sépticos que pronto se convertirán en bombas de tiempo ambientales.
El aire está impregnado con el hedor de la descomposición, mientras que los desechos tóxicos infiltran la tierra y las consecuencias para la salud son fuertes.
Luisa María Pineda, experta en epidemiología desde hace más de 20 años y quien laboró en el hospital Catarino Rivas de San Pedro Sula, destacó los riesgos para la salud de la exposición constante y directa a la basura.
La malnutrición, infecciones gastrointestinales y respiratorias, incluyendo la bronquitis aguda y diarrea, son comunes. También advirtió sobre la posibilidad de enfermedades graves como el cáncer de pulmón y aquellas transmitidas por vectores como el paludismo, que se propaga a través de los zancudos que se reproducen en recipientes contaminados, así como por la orina de las ratas, lo que puede llevar a infecciones graves.
La también catedrática de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras en el Valle de Sula (Unah-vs), subrayó que “las mismas sustancias tóxicas del ambiente pueden provocar daños al aparato circulatorio y terminar en cardiopatías. Dentro de los contenedores también van objetos cortopunzantes como agujas o quemaduras”, añadió Pineda al enfatizar sobre la variedad de peligros a los que se enfrentan familias que habitan estos entornos.
Por otro lado, vivir en condiciones tan desafiantes puede generar estrés crónico, ansiedad y depresión, donde el desarrollo emocional se ve comprometido. La falta de acceso a servicios básicos también puede aumentar la sensación de desesperanza y la vulnerabilidad psicológica de estas comunidades.
La psicóloga clínica Dolly Fisher arrojó luz sobre la cruda realidad que enfrentan estas comunidades marginadas. Según sus observaciones, muchas de estas poblaciones viven atrapadas en un ciclo de sentimientos de culpa y vergüenza, lo que a menudo da lugar a depresiones silenciosas debido a la lucha constante por sobrevivir. Además de esta angustia emocional, Fisher también ha señalado la persistencia de casos de abuso físico y sexual con embarazos, lo que agrava aún más el sufrimiento de quienes habitan en estas condiciones precarias.
La psicóloga destacó que no debemos pasar por alto los problemas sociales que enfrentan estas personas, ya que muchas de ellas no se adaptan plenamente a la sociedad que les rodea. Además, el consumo de sustancias puede desencadenar trastornos psicóticos, lo que provoca delirios, discursos incoherentes y un constante estado de ansiedad e inseguridad en sus vidas.
A pesar de estas dificultades abrumadoras, la conocedora en salud mental hizo hincapié que esta población aún alberga sueños y aspiraciones; no obstante, la falta de oportunidades significativas les impide concretar sus deseos. Son individuos que entregan todo lo que tienen, pero a menudo no reciben mucho a cambio.
Su enfoque principal se centra en la búsqueda de recursos básicos, como la recolección de alimentos para llevar algo a sus hogares, lo que refleja una lucha diaria por la supervivencia que se perpetúa en este entorno difícil.
En cuanto a la gestión de residuos en el país, Alex Vallejo, un académico con maestría en Cambio Climático en la zona norte, cuestionó la disposición final de la basura en la mayoría de los municipios, a pesar de contar con servicios regulares de recolección. Destacó que pocos lugares cuentan con rellenos sanitarios adecuados, siendo la mayoría de ellos basureros, que se vuelven aún más problemáticos a medida que se desarrolla la urbanización, aumenta la demanda de servicios y las personas externas con conductas inadecuadas.
”La basura que encontramos en estos lugares contiene una gran cantidad de vectores o roedores, donde zancudos y ratones son los principales transmisores de enfermedades. El estar en contacto directo con estos animales que portan y transmiten enfermedades, más no las padecen, es un detonante altamente dañino”, declaró el ambientalista.
En Honduras es común establecer programas de educación ambiental de corta duración con la esperanza de ver resultados inmediatos; sin embargo, Vallejo comparó esta estrategia con la experiencia de países como Costa Rica, donde proyectos similares requieren más de 15 años para surtir efecto.
“Esta gente que vive cerca de los basureros o trabajan como recolectores se exponen inevitablemente a eventos por accidentes, a aguas altamente contaminantes que se filtran por los suelos y que pueden llegar a contaminar acuíferos, sistemas subterráneos o superficies de agua; así como a la proliferación de agentes vectores”, resaltó el analista.
Del 100% de la basura que llega a estos destinos, al menos el 40% es orgánica, como restos de alimentos, y el resto está compuesto por material reciclable como papel y cartón, plástico, vidrio, metal y electrodomésticos.
También llegan cosas no reciclables como textiles y ropa, productos de higiene y cuidado personal, aluminio. De igual forma residuos peligrosos como productos químicos, baterías y medicinas vencidas. A lo anterior se suman residuos de construcción y demolición como escombros y madera. Asimismo, desperdicios voluminosos como muebles grandes, electrodomésticos o equipos deportivos; así como desechos de jardinería como ramas, hojas y tierra sobrante.
Raíces profundas
La pobreza en Honduras se ha convertido en un tema urgente y, hasta el momento, sin solución a la vista. Este es un problema, que aunque incide en menor o mayor envergadura, abarca a todos y está tan arraigado que requiere una atención continua y esfuerzos sostenidos para abordarlo.
Según datos del Foro hondureño Social de la Deuda Externa (Fosdeh), cinco de cada 10 personas son pobres extremos en el país. Representantes de este órgano opinan que el gasto social ejecutado por diferentes gobiernos y la inversión en la fallida, lejos de traducirse en una mejora de la calidad de vida de la población, han contribuido a la profundización de las desigualdades sociales y la perpetuación de la pobreza.
Al menos seis millones de hondureños, de los más de 9.7 que hay de acuerdo con registros del Instituto Nacional de Estadística (INE), son considerados pobres, una situación muy dura que ha impulsado la migración irregular y refleja que la pobreza en Honduras es un tema irresuelto.