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Responsabilidad compartida

  • 19 enero 2019 /

    El inminente inicio del año escolar es el marco propicio para que, tanto educadores como padres de familia, reflexionen detenidamente sobre la responsabilidad compartida que pesa sobre sus hombros.

    La educación de nuestra niñez y juventud continúa siendo el reto más grande que enfrentamos los hondureños. El único acceso al desarrollo que tiene la sociedad humana, no importa el lugar ni el momento histórico, es, precisamente, su formación intelectual. En un pueblo educado mejoran notablemente las condiciones sanitarias y se reducen ostensiblemente los índices de violencia. Hay, para el caso, una relación directa entre mortalidad infantil e ignorancia, y, por supuesto, entre violencia y falta de cultura.

    Sucede, sin embargo, que la educación es un ejercicio en el que, además de los alumnos, hay dos protagonistas indispensables y que se reclaman el uno al otro. Por un lado está la familia, en cuyo seno se forma en lo permanente, en aquellos valores humanos que nos hacen entes civilizados, y, por el otro, la escuela, el lugar en el que se desarrollan una serie de competencias académicas que nos permiten conocer y transformar la realidad que nos circunda.

    Históricamente, familia y escuela han sido grandes aliadas. Ha habido entre ellas una relación de complicidad y confianza que ha permitido el establecimiento de unos objetivos comunes y la conformación de un discurso también común. Desafortunadamente, en los últimos tiempos, se ha roto esa comunión y ha sido sustituida por la confrontación y la desconfianza. Los educadores han dejado de ver en los padres de la familia a sus cómplices y los han visto convertirse en sus detractores, mientras los padres de familia muchas veces se han sentido marginados del proceso formativo escolar de sus propios hijos y vistos con recelo cada vez que se acercan a las instalaciones de los centros educativos. Y es urgente que estos protagonistas de la educación nacional se pongan de acuerdo, tanto porque se necesitan el uno al otro como porque los niños y jóvenes son los que más pierden ante este panorama de desacuerdos.

    Los educadores deben reconocer que los primeros responsables de la formación de sus hijos son los padres, que su misión educadora es indelegable e intransferible, que sin ellos no lograrán jamás una formación verdaderamente integral. Los padres de familia, por su parte, necesitan entender que los docentes, los pedagogos, son los especialistas que mejor saben como transmitir las distintas ciencias a sus hijos y que sin ellos estarían condenados a la ignorancia más infame.

    Así que, por el bien de nuestra niñez y juventud, hay que proceder a tender más puentes y canales de comunicación entre papás y profesores, para que cumplan, cada uno desde su flanco, su misión formativa.