Y lo peor no es que sea tan evidente la desviación hacia las cosas, sino la debilidad y desaparición de las defensas, de las salvaguardias y una generalizada hipoteca de los principios éticos bien en acciones descaradas e impunes y bien en el silencio cómplice que otorga más que el beneficio de la duda por hechos claramente delictivos y con graves daños a la sociedad. El hoy por ti, mañana por mí se ha infiltrado y envenenado las instituciones y organismos de manera que la credibilidad y confianza se han lanzado por la borda.
La degeneración más clara se ha evidenciado, por enésima, pero en el grado mayúsculo, en la emergencia, cuya declaratoria hoy y en otras muchas ocasiones ha constituido la gran oportunidad para, con el mayor de los descaros, entrar al saqueo y atraco. ¿No puede o no quiere la sociedad defenderse en el marco de la ley en el que se esconden quienes abiertamente violaron los principios legales?
Van pasando los días y aunque en un documento de más de 300 folios se concluya que hubo “evidente y planificada intención de defraudar al Estado”, apenas cae en la calificación de sospecha el protagonista de tan malvada acción, pues desde las mismas instituciones públicas elevan su inocencia hasta que no se muestre lo contrario. Si no son pruebas las publicaciones, entonces que echen mano de los documentos oficiales, fuentes de información.
Y más claro, solo el agua, pero cuando no la enturbian o la empantanan para que la podredumbre no se vea, aunque se huela.
El combate al virus con la mascarilla, la distancia física y la pronta asistencia a los centros de triaje darán buenas noticias en la epidemia, pero es necesario atacar de frente, con toda la maquinaria y los expertos operadores de justicia, sin nombre, apellido o partido. La corrupción, como podía haber dicho el filósofo Kant, puso la dignidad en las cosas y el precio en las personas. Así es la filosofía, ¡Sabiduría!