27/04/2024
11:14 PM

Para libros no hay

    El trío al que hacemos frecuentemente referencia en la columna editorial: salud, educación, empleo, no logra quebrar las férreas barreras de la administración pública para ingresar con la fuerza necesaria y otear cambios reales. En ese maremágnum de gastos, no inversión, más en idas que en venidas no se avizoran cambios con dirección al bienestar de los todos los hondureños en un ambiente de paz, justicia y libertad.

    Por cualquiera de los lados que miremos, el dolor real, en carne humana no discurso político es más que evidente en el incremento del éxodo hacia el norte, en las largas filas en los centros de salud y hospitales y en los desastres en centros educativos, todavía explicados en fenómenos naturales. Pero en este último caso tenemos otra prueba de que la educación se halla en el dicho popular “ni Dios lo quiera”.

    Ahora resulta que para la dotación de libros y cuadernos a los alumnos el presupuesto del próximo año consigna menos de un lempira, pues para 1.7 millones de escolares matriculados en el sistema pública destina la cantidad de un poco más de 1.6 millones. Hace muchos años cuando se escribía con pluma y tinta había más recursos y hasta biblioteca, aunque fuese con escasos ejemplares, contaban las escuelas. Todo ello se ha ido perdiendo como si la promesa, no entrega, de equipo digital sustituyese la falta de libros. En editoriales anteriores nos hemos referido a plato y libro como los dos necesarios aliados para vislumbrar a largo plazo el desarrollo real de nuestra sociedad. Resulta que en el plato es cada vez más escasa la comida, porque los ingresos del hogar, provenientes de raquíticos sueldos o carencia de oportunidad de trabajo aunados a empuje alcista de los precios hacen casi imposible aquello de los tres tiempos.

    Volviendo a la educación, los niños en el aula tienen que compartir los libros que, si hubiese para todos, como debe ser, podrían servir en casa para hacer tareas, para dar continuidad a la labor escolar con incentivo para hallar respaldo de los padres. La lipidia en la vida diaria integra a los niños en las grandes injusticias sociales.

    Y no se puede decir que no hay recursos, que somos pobres, que vivimos de los créditos de países cooperantes y de organismos internacionales porque cada vez las arcas del Estado parecen piñatas con personal listo para aprovechar los confites. A diario tenemos ejemplos de esos despilfarros pese a que el lenguaje oficial se llena de quejas porque no “hay dinero”.

    ¿Repararán los diputados que el presupuesto destina un lempira para libros y cuadernos? ¡Qué bien caerían en la educación esos millones pagados sin trabajar! Pero eso es otro cantar.