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Aplazados

  • 27 noviembre 2019 /

    Revuelo ha causado, sobre todo entre el gremio magisterial, el bajo porcentaje de docentes que ha aprobado las evaluaciones para optar a una plaza en el sistema educativo público nacional. Luego de los resultados se ha cruzado más de una acusación e intentado buscar culpables.

    También es comprensible la frustración de nuestros profesores, que aspiran a tener una plaza que les permita sobrevivir materialmente y poner en práctica los conocimientos adquiridos en sus años de estudio.

    Lo cierto es que las pruebas, elaboradas por pedagogos nacionales, buscaban medir la posesión de unas competencias que aseguraran la calidad del trabajo en los distintos espacios formativos en que se mueven nuestros niños y jóvenes; sin embargo, los resultados no han sido los esperados.

    Ahora bien, la coyuntura debe ser aprovechada, no para sacudirse responsabilidades o hacer de esta o aquella institución un chivo expiatorio, sino para mirar hacia adelante y buscar soluciones que faciliten la incorporación de nuestros maestros a las aulas y, al mismo tiempo, puedan subsanarse las carencias que, de acuerdo con las pruebas, muchos parecen padecer.

    Lo que no puede hacerse es dejar de contratar a los más de cinco mil docentes con los que el sistema urge contar y causar atraso al proceso formativo de miles de hondureños. Al iniciar el año entrante, esos profesores deben estar incorporados a las escuelas y colegios para realizar su mejor esfuerzo en pro de la educación nacional. Habrá que capacitarlos en las áreas en las que no obtuvieron el rendimiento esperado y definir una estrategia de acompañamiento que les permita hacer su trabajo de la mejor manera.

    Asimismo, la Secretaría de Educación debe cumplir con su obligación de dotar a los centros educativos y a los educadores del equipamiento mínimo para que pueda desarrollarse la labor educativa de la mejor manera posible. Habrá, también, que estudiar lo que ha pasado al interior de las entidades que, en su momento, se encargaron de formar a estos docentes y, finalmente, examinar, escrupulosamente, si los instrumentos utilizados para realizar la evaluación parte de supuestos realistas y no teóricos y sin tomar en cuenta nuestro contexto.

    En lo que hay que pensar es en cómo ayudamos a nuestros educadores a ser mejores para que puedan impactar positivamente la vida de nuestros niños y jóvenes.