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La fe también cuenta

  • 26 julio 2020 /

El premio nobel de literatura de 1970, el soviético Alexandr Solzhenitsyn...

    El premio nobel de literatura de 1970, el soviético Alexandr Solzhenitsyn, dijo alguna vez que el sonido de las campanas le recordaban al hombre que podía caminar erguido. Con esto quería señalar que la práctica religiosa, que la fe, elevaban al ser humano por encima del plano puramente animal o, por lo menos, le permitía transitar de un estado evolutivo inferior a uno superior, hasta convertirlo en un verdadero homo sapiens. Usaba el escritor, seguramente, una imagen de su infancia y juventud, cuando, desde los campanarios de las iglesias ortodoxas rusas, y de otras confesiones cristianas, se llamaba de esa manera a los servicios religiosos.


    Y tenía mucha razón. La relación sincera del hombre con su Creador le da un matiz a su existencia que marca una enorme diferencia en su conducta y en su valoración de los acontecimientos y del resto de sus congéneres. Una persona que vive de espaldas a Dios, aunque posea notables cualidades humanas, carecerá de la dimensión espiritual que lo lleva a buscar la trascendencia más allá de las limitaciones que la realidad sensorial le impone.
    En momentos como los que estamos viviendo, en los que es fácil caer en la desesperanza, en la angustia, en la depresión, la fe es una especie de resorte que nos lleva a dejar la postración y a encarar incluso las experiencias más dolorosas y frustrantes, con un optimismo sobrenatural que escapa a un análisis superficial o estrictamente a ras de suelo. De ahí que, ante los desafíos que una realidad compleja como la actual, la fe también cuente.


    Claro que no se trata de que la práctica religiosa se convierta en un refugio irracional para huir de los problemas, para sublimarlos o para caer en la alienación, sino todo lo contrario. La fe permite que la realidad pase por un tamiz que le da un nuevo aspecto, que le da un nuevo sentido, sin evadir sus retos ni hacer lo que se ha dicho del avestruz, aunque nadie lo haya probado.

    Lo que pasa es que el hombre o la mujer que participan de los valores espirituales han dado un paso más allá en la plenitud de la vivencia humana; se adentran en un aspecto de la realidad que escapa a la vista de un espectador que se mantiene a la distancia. Porque solo el que ha profundizado con seriedad e inteligencia, perdiendo el miedo y sin ceder a los prejuicios, en las verdades de la fe, entiende el porqué de la conducta de los que han estado dispuestos a creer.