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El poder a cualquier costo

  • 07 enero 2019 /

    San Pedro Sula, Honduras

    El Congreso de los diputados de Venezuela, la única institución democráticamente constituida y electa por el voto popular en ese país, ha decidido declarar ilegítima la pretensión de Nicolás Maduro de asumir la presidencia de esa nación sudamericana por un período más, puesto que las “elecciones” en las que supuestamente resultó electo no contaron con la afluencia de más del setenta por ciento de los votantes y tampoco con la participación de las fuerzas políticas que le dieran legitimidad a tal proceso.

    Solo basta reconocer que fueron convocadas atropelladamente por una Asamblea Constituyente impuesta por Maduro y organizadas y dirigidas por sus adláteres. De modo que no existe ni la más mínima posibilidad de que sean reconocidas como válidas por ningún país que se precie de ser democrático y serio. Hasta ahora, además de Cuba y sus amigos de la región, solo China, Rusia y algunos de sus aliados han aceptado el “triunfo” del dictador venezolano. Claro, la palabra democracia no forma parte del vocabulario político de esos países, por ello no resulta extraño que apoyen una dictadura más en el mundo.

    En Europa y la América democrática, sin embargo, se ha visto con preocupación e indignación cómo los derechos cívicos de los venezolanos han sido y continúan siendo ignorados y pisoteados por una pandilla que se adueñado de ese país y que, como lo ha demostrado a lo largo de un dolorosa década, está dispuesta a mantenerse en el poder a cualquier costo, aunque haya que encerrar, exiliar o asesinar a todos los que se le opongan. Ante semejante situación, y por un asunto de sobrevivencia, millones han optado por abandonar su tierra, mientras otros, por libre decisión o imposibilidad de salir de Venezuela, se han quedado para enfrentar al régimen, aun a sabiendas de los riegos que corren. Tal vez porque no olvidan la experiencia cubana que, después de sesenta años, continúa siendo una afrenta contra la libertad en el continente.

    El caso venezolano es uno más de aquellos en los que un grupo de personas se hacen del gobierno de una nación y hacen usufructo de ella como de una hacienda personal.

    El disfrute de los bienes materiales que el poder contrae los ciega a las necesidades de los demás, los hace ver enemigos en todos los que disienten de sus posiciones y se autoerigen en defensores de unos ideales que, en el fondo, desconocen y traicionan todos los días.

    Quiera Dios que el heroico pueblo venezolano, con el apoyo del mundo libre, se sacuda de una vez el oprobioso yugo que desde hace más de una década soporta.