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¿Volver o avanzar?

  • 03 mayo 2000 /

Es increíble lo efímero de la memoria del hombre, hace poco más de tres años el mundo entero se enfrentaba a la peor pandemia de la historia, una a escala global, sin precedentes, de una mortalidad terrible, y lo peor de todo es que, posiblemente, fue producto de la misma arrogancia humana, aunque quizás nuestra generación jamás llegue a saber lo que realmente pasó en el laboratorio de Wujan (China).

Lo cierto es que la pandemia del covid-19 logró poner en tela de juicio toda la dinámica de nuestra sociedad contemporánea: valores, prioridades y costumbres sufrieron una mutación casi “genética”.

Desde la manera de concebir la educación, la forma de comprar, trabajar, relacionarnos, hasta la manera de practicar nuestra fe.

Los distintos tiempos de cuarentena que vivimos en aislamiento como medida preventiva contra el contagio y propagación del virus han dejado secuelas económicas, sociales, de salud mental, afectivas, religiosas y familiares en cada uno, y es necesario ser conscientes de ello para amortiguar sus efectos.

Y es que, aunque a veces se olvide con facilidad, apenas estamos transitando el umbral del tiempo pospandemia, que debe ir más allá de volver a sentirnos seguros en grupos y reaprender a vivir sin mascarilla o alcohol gel.

Como humanidad nos encontramos en un momento único, que puede representar avance o estancamiento, que implica asumir retos y cambios en muchos ámbitos de nuestra vida. Y a lo mejor esto es lo más complicado de aceptar, porque no se trata de volver a un tiempo pretérito idealizado, sino de avanzar, de mirar hacia adelante abriéndonos a nuevos paradigmas.

Quisiera mencionar el cambio que ha sufrido la práctica religiosa en el colectivo cristiano hondureño: los templos católicos siguen a medio llenar, y no precisamente por el miedo al contagio, pues los restaurantes, las playas, bares y conciertos siguen abarrotándose, y aunque la asistencia de fieles durante la Semana Santa parece haber ofrecido un rayo de esperanza, lo cierto es que muchos siguen haciendo la opción por vivir la eucaristía desde casa, con el sacerdote de su preferencia y con las reflexiones diarias de su predicador favorito sin importar el país.

Esto podría parecer algo malo en primera instancia, y ciertamente lo es, pues instala en la comodidad a los tibios y da el tiro de gracia a los fríos.

No obstante, por otro lado, esta nueva realidad puede estimular a los laicos a asumir un compromiso más serio y profundo con la iglesia y, por otra parte, a nosotros los sacerdotes nos invita a revisar nuestros métodos de evangelización y analizar con conciencia la nueva realidad pastoral a la que nos enfrentamos. Definitivamente, el covid nos dejó con marcas, pero también con muchos aprendizajes. El desafío es ¿cómo los vamos a aprovechar?