26/04/2024
11:24 PM

Servir al pueblo, no servirse del pueblo

Víctor Corcoba Herrero

Nos desbordan los liderazgos corruptos. Cada día proliferan más los trepas en este mundo confuso, enviciados por el vicio del desorden y apegados al dinero, con su manera de vivir cómodamente el propio estatus, sin honestidad alguna. El incentivo de una doble vida siempre está ahí, lo que debe hacernos reflexionar sobre el tipo de servidores que somos. Estamos aquí para auxiliarnos entre sí, orientados hacia las cosas de arriba y no como un mercado de compraventa de aquí abajo, sino como una vocación de entrega, para que cada tristeza y obstáculo, esfuerzo y tribulación se haga más llevadero. La carga siempre se sobrelleva mejor en sociedad que individualmente. Sin duda, tenemos que bajarnos de este pedestal mundano y volvernos más poesía que poder, más aliento que desaliento, para que pueda prevalecer una atmósfera fraterna. Endiosados sí que estamos, pero hermanados no, la virtud y el ostentar no se sostienen en vínculo alguno.

Hay que pasar página y no servirse de la gente para hacer carrera terrenal. En los países más desfavorecidos o inmersos en esta absurda contienda general tienen la responsabilidad sus líderes políticos de ser más poéticos que políticos para gobernar bien, comenzando por borrar el cúmulo de tensiones y pobrezas que nos ahogan en este momento mediante una activa colaboración internacional. En efecto, tenemos que abrazarnos sin intereses de ningún tipo, sentirnos en la misma barca existencial unos y otros, repensar el instante y tomar la acción de que no somos adversarios. Quizá necesitemos un cambio de ritmo, una dirección que nos ayude a encontrar el camino de la verdad, con la clemencia necesaria para reembarcarnos, como familia entroncada corazón a corazón, porque de ella emana nuestra continuidad en el linaje. Al fin y al cabo, la vida es un continuo compartir, un darse y donarse, que es lo que injerta gozo en el alma y alegría en el cuerpo. Por otra parte, debemos saber por nuestra propia leyenda biográfica que para llegar a buen puerto se requiere unión y unidad a la hora de remar, conciliando olas y oleajes con los aires frescos de la moralidad. Hoy más que nunca necesitamos volver a la vida con un pulso limpio y una mirada sin fronteras. Esto requiere que los dirigentes ejerzan un obrar ejemplarizante de acompañamiento y defensa, recurriendo solo a medios legítimos y reconociendo plenamente su responsabilidad en la tarea de servicio como agentes de coherencia entre lo que dicen y hacen.