28/04/2024
12:49 PM

Sepultados en vida

Renán Martínez

Los relatos de personas que fueron enterradas vivas al suponerlas muertas, pueden provocar un terror psicológico hasta al más impávido de los mortales. Uno de los casos relacionados con este tema es el del actor del cine de oro mexicano, Joaquín Pardavé quien, sin haber exhalado el último suspiro, fue llevado a la tumba. Nadie sabía que él padecía de catalepsia, un estado biológico en el cual el individuo yace inmóvil y sin signos vitales, pero por dentro está vivo. Tras su aparente fallecimiento se llevó a cabo la ceremonia luctuosa y el posterior sepelio con asistencia de personajes del mundo cinematográfico, entre ellos Mario Moreno “Cantinflas” con quien Pardavé actuó en la película “Allí está el detalle”. Todo transcurría con normalidad hasta que, al realizar los trámites del testamento, los familiares se dieron cuenta de que los documentos estaban dentro de las vestimentas con que el actor había sido enterrado.

Entonces abrieron la sepultura y encontraron, horrorizados, que el cuerpo estaba de lado y con restos de su propia piel en las uñas, producto, supuestamente, de su intento por salir de la caja al volver de su estado cataléptico.

En su libro “Entierro Prematuro”, publicado en 1846, el escritor estadounidense, Edgar Allan Poe, pone los pelos de punta a los lectores con los escalofriantes relatos de casos probados de personas que fueron enterradas vivas, a causa de ser catalépticas.

Se cree que debido a este temor de que alguien “reviva” dentro de la tumba es que surgió la tradición de velar a los difuntos hasta por 24 horas. También las funerarias que prestan servicios de cremación, ponen los cuerpos en el incinerador hasta que ha pasado un tiempo prudencial previendo que la persona no haya muerto completamente.

En el museo de Ripley “Aunque usted no lo crea”, en Orlando, Florida, me llamó la atención una de las insólitas curiosidades allí exhibidas. Se trataba de la representación plástica de un hombre sepultado con un dispositivo que le permitía pedir auxilio en caso de despertar de su letargo dentro del ataúd. El muerto tenía atada a su mano derecha una cuerda que subía hacia el exterior, mediante un conducto, hasta rematar en el asa de una campanilla colgada de un pequeño paral. Al menor movimiento, el resucitado podía hacer sonar la campanilla y alertar al panteonero. Este sistema se utilizó cuando se conocieron los primeros casos de catalepsia.

Casos similares al de los catalépticos son los de personas que viven encerradas en el catafalco de la indiferencia. No les importa la realidad que les rodea, ni el destino del país en manos de los “vivos” de la política vernácula.