24/04/2024
09:34 PM

Reclamo por los académicos nicaragüenses

Juan Ramón Martínez

Nicaragua siempre ha sido vista con esperanza. Cuna de Rubén Darío, es crisol, cuyo brillo ilumina a Centroamérica y la pone en los escenarios mundiales.

La caída de la satrapía de los Somoza aumentó nuestra confianza que se abría un proceso en que la libertad y el respeto hacia las opiniones ajenas sería la base de una democracia ejemplar, competidora con la tradicional Costa Rica.

Pero lo que fue una revolución esperanzadora ha derivado en una nueva satrapía, en la que el pueblo cuando sale a protestar se les responde a balazos, llenando de muerte las calles, congestionando las cárceles donde Somoza encerraba a los sandinistas del pasado; ahora “habitada” por históricos del Frente Sandinista caídos en desgracia. Uno de los cuales ha muerto a manos de sus antiguos compañeros en las cárceles de la satrapía de Ortega.

Pero con todo, aceptaba la obligación del régimen para defenderse, aunque discrepaba de sus métodos, especialmente la renuncia al dialogo y a la infame comparación con el régimen derrotado en 1979.

Sin embargo, ahora que la emprende contra los académicos de la Academia Nicaragüense de la Lengua, cuando aún vibra el recuerdo de su anterior director Francisco Arellano, muerto por covid 19, no puedo callar mi voz de protesta y de consiguiente, expresar el reclamo de un centroamericano que quiere que nuestra región se convierta en forma definitiva en tierra de paz y libertad.

Mientras fui director de la Academia Hondureña de la Lengua, mantuve cercanos lazos con los colegas nicaragüenses. Allí, era también, como ocurre en Nicaragua, dominaba el familismo de los Arellano.

Primero fue Jorge Eduardo Arellano, su líder; después su tío. Pero una vez muerto este, una nueva generación tomó el mando.

Posiblemente el nuevo presidente no es cercano a la familia gobernante, porque si hay sociedad en donde el familismo es la fuente donde crece el caudillismo es Nicaragua. Más que las ideologías, lo que impera es el vínculo familiar.

Por ello, el gobierno de Ortega comete el error de anular la personería jurídica de la ANL, pasando por alto que no es una oenegé, que no representa ninguna organización exterior, sino que es parte de una fraternidad idiomática, llamada ASALE. En la que hacen parte academias de Europa, América, África y Asia. Y que esta entidad, creada en México, auspiciada por el presidente mejicano en Bogotá en 1960, todos los gobiernos del continente firmaron la Carta de Bogotá, en la que suscribieron en un tratado ejemplar, una internacional del idioma.

Y como natural, fue elevado al Congreso para su aprobación.

De forma que el gobierno de Ortega no puede sin denunciar la Carta de Bogotá, convertida en Ley de la república, destruir la Academia Nicaragüense de la Lengua.

Para ello, tiene que concurrir a la Asamblea Legislativa, en donde valorarán los pros y los contras de una medida que solo daño provocará al prestigio de la revolución sandinista.

Dejar que el familismo ordene las decisiones – porque los Arellano son sandinistas – es una torpeza política.

En Madrid y en todas las capitales del mundo en donde el español es una lengua dominante, se ha producido un gran estremecimiento.

Las relaciones de Nicaragua, muy melladas por sus posturas, ahora se verán comprometidas con la Unión Europea y con toda la intelectualidad que piensa y escribe en español.

Porque nadie está de acuerdo con que se compare a la ANL con una oenegé; ni que se menosprecie su valor, en el esfuerzo que hacemos todos los académicos del mundo para mantener nuestra lengua, en una expresión dinámica, enfrentada a la modernidad tecnológica, retadora; en algunos casos amenazante.

¿Seguimos los hondureños?