29/04/2024
07:10 AM

Ofendiendo a Morazán

Juan Ramón Martínez

Quien diga que los hondureños somos los más entusiastas “morazanistas”, falta a la verdad. O por lo menos, los hechos históricos y el comportamiento actual dicen lo contrario. Porque una revisión del pasado, desde que el héroe de Centroamérica empezó su andadura en la defensa de la ley, los más fieles acompañantes de sus luchas no fuimos mayoritariamente los hondureños. Apenas algunos pueblos de Honduras siguieron el rastro de su cabalgadura esplendente, tras la voz de sus mandos, para derrotar la tiranía y defender los derechos de los estados como fundamento de la unidad de la República Federal de Centroamérica. Las fuerzas políticas hondureñas, siempre negativas, vieron con sospecha sus batallas extraordinarias y sus ideas brillantes en favor de la educación y la transformación.

Fuimos los primeros, en 1839, en romper el pacto federal. La conducta de nuestros gobernantes, encabezados por Francisco Ferrera –tenaz en sus rencores y tozudo en sus odios personales– no tuvo la fraternidad que se le brinda al hermano, en las buenas y en las malas. Y cuando cayó asesinado en San José, la mayoría de las municipalidades, animadas por el rencor primario y rural de Ferrera, celebraron su muerte anunciando que, con ella, se iniciaba un curso de paz que nos encaminaría al progreso.

Ocurrió todo lo contrario. Porque en vez de la civilización y el progreso, se impuso el caudillaje rural y primitivo que ha sido el principal obstáculo para el desarrollo. Y para que no quede duda, la primera estatua para Morazán no fue erigida por los hondureños, sino que fue un regalo del pueblo salvadoreño a la comunidad de Amapala. Y todavía ahora, con ignorancia supina, se hace escarnio de su memoria, poniendo en duda la autenticidad de su estatua ecuestre con la que los liberales, desde 1883, honran su memoria en Tegucigalpa.

En el siglo XX se siguió ofendiendo su memoria. Hasta 1935 –en el gobierno de Tiburcio Carías Andino– creamos el departamento de Francisco Morazán, mientras los salvadoreños tenían muchos años antes, un departamento que perpetuaba su memoria y un municipio, San Francisco Morazán que mostraba su singularidad de político redentor.

Osvaldo López Arellano, el 3 de octubre, fecha de su natalicio –en una irracionalidad que nunca han explicado y que solo se entiende por las urgencias elementales– usó su nombre y su figura para interrumpir la legalidad de la primavera liberal iniciada por la generación, encabezada por Villeda Morales. En aquella dolorosa oportunidad, no solo se ofendió al héroe, sino que pisoteó su nombre y se encarneció su mensaje, violando la ley e irrespetando la soberanía popular.

Y ahora, en nuestros tiempos, se usa una jornada de holganzas y fiestas turísticas, que no son malas en sí, se aprovechan en forma cruel, para ofender al héroe de Perulapan y la Maradiaga, al llamar Feriado Morazánico, lo que no tiene nada que ver ni con los desvelos y menos con sus sacrificios y la entrega de sus energías y su vida al cumplimiento estricto de sus responsabilidades. Morazán no es sinónimo de diversión y holganza. Tampoco es ejemplo para la indolencia y la irresponsabilidad. El más grande de todos nosotros consagró su vida, comprometió su fortuna y la de su esposa para darnos ejemplo de dedicación y trabajo. Al llamar Feriado Morazánico a lo que son actividades para fortalecer el turismo interno, no se le honra, sino que se le llena de vergüenza. Y, como López Arellano el 3 de octubre de 1963, se usa su nombre para deshonrarlo, mostrando que los hondureños no respetamos su memoria y su figura superior.