29/04/2024
07:06 PM

La magia del teatro

La magia del teatro

Nunca he tenido la oportunidad de pisar las tablas como actor profesional, pero el teatro ha jugado un papel curioso en mi vida.

“El novicio rebelde”, de 1992, dirigida por el ya retirado Óscar Castro, fue la primera obra que pude ver en mi vida a los 10 años, quede admirado de aquel tipo de arte, que para un niño tímido e inseguro, como era yo, estaba fuera de alcance. Años más tarde, en 1996, asistí a una de las pocas obras infantiles que ha presentado el C.T.S., “La cenicienta”, protagonizada por la entonces niña, Josephine Malouf, y en la que mi buen amigo, el gran Dax Marcel Paz, siendo aun un “cipote”, interpretaba al viejo Rey.

Esa puesta en escena dejó en mí una marca invaluablemente inspiradora, pues me di cuenta de que si aquellos niños eran capaces de vencer la pena y la vergüenza para salir a escena y hacerlo de forma tan profesional, yo también podía vencer mis miedos.

Meses después me encontraba actuando en una pequeña obra, en el taller de teatro de la clase de español de mi colegio.

Desde entonces perdí el miedo a hablar en público, y superé muchos complejos que sin aquel empujón hubiera sido más difícil, poco me imaginaba para qué me ayudaría todo eso en el futuro. Pero mi recuerdo más entrañable, tiene que ver con la última obra que se presentó en el viejo auditorio, antes de mudarse al nuevo teatro. “Tres turistas en apuros” en donde un genial Antonio Romero (QDDG), y la consagrada Alba Luz Rogel, nos hicieron reír de principio a fin. Durante el intermedio, un conocido se acercó a saludarnos, y nos preguntó por mi segundo hermano, me sentí sobrecogido, pues él había muerto meses atrás.

Contar lo que había pasado fue revivir por un momento la tragedia, pero en cuanto comenzó el segundo acto de la obra todo quedo atrás, y me di cuenta de que por primera vez en varios meses me había vuelto a reír con libertad, olvidando por un instante el dolor y la ausencia, esa es la magia que tiene el teatro.

Y esa magia en San Pedro Sula, hasta hace dos días, tuvo un rostro, un corazón, y un nombre, José Francisco Saybe, a quien, con estas letras, quiero hacer un humilde homenaje, por haber dedicado su vida a regalarle arte, cultura e ilusión a un pueblo pobre.

Don Chico, que el Señor le conceda el sueño de los justos, pues a través de su ingenio, talento y generosidad permitió a muchos soñar con un mundo más grande, y eso, como usted bien lo sabía, es parte esencial de la vida.

Hasta pronto, que hoy la función debe continuar.