27/04/2024
09:30 AM

En la escuela del dolor

Roger Martínez

El sufrimiento humano es, hasta cierto punto, un misterio. Por mucho que, a lo largo de la historia, el ser humano se haya enfrentando con él, no ha terminado de entender plenamente su finalidad ni su sentido. Y, a pesar de guerras, pestes y catástrofes sin cuento, es un asunto que no se acaba de digerir ni de aceptar y que, más bien, despierta en el hombre una especie de íntima rebeldía que llena su existencia de por qués no siempre bien respondidos.

El dolor físico, para el caso, es temido por todos, aunque ha sido compañero inseparable de cuantos hemos pisado este planeta. La ciencia ha invertido quién sabe cuánto esfuerzo en mitigarlo y, si es posible, eliminarlo.

El dolor moral, peor aún, ha permitido el desarrollo de otras áreas de la ciencia, aunque tal vez con menos éxito. En este caso, en el del dolor moral, ha sido más bien la fe la que ha logrado hacer un contrapeso que ha facilitado el consuelo y brindado esperanza a los que lo sufren. Evidentemente, el dolor físico suele durar menos, mientras que los dolores morales: un fracaso conyugal, la muerte de un ser querido, la mala conducta de una persona cercana, la pérdida de la buena fama, etc. pueden arrastrarse durante la vida entera.

Sin embargo, y a esto quería llegar, tanto el dolor físico como el moral son inevitables. Es más, es claro que, por encima de toda su naturaleza negativa, pueden convertirse en elementos redentores para los hombres o las mujeres que los padecen. Porque cuando se experimenta en carne propia la debilidad humana, cuando se palpa de cerca su fragilidad, surgen desde dentro de la persona respuestas muchas veces inimaginadas que la enriquecen e incluso benefician a quienes viven en su entorno y más allá.

Tanto el sufrimiento propio como el ajeno pueden despertar en uno una fortaleza que enrecia la personalidad y la vuelve más sólida, más profunda, y puede movernos a salir al encuentro del otro con mucha mayor generosidad y desprendimiento.

Todo está en la manera en que se gestione el dolor. Si no hago una adecuada gestión de él puedo terminar convertido en un amargado que reparte hiel y da coces a cuantos se le aproximan o bien volverme suave, permeable, comprensivo, paciente con los demás. Porque el dolor es una escuela que todos cursamos en la vida, nos guste o no. El aprovechamiento dependerá de nuestra manera de responder ante sus lecciones, así es la vida.