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El enclave insostenible

  • 20 diciembre 2020 /

Internamente, hubiésemos podido invertir recursos públicos en infraestructura.

José Azcona

La ausencia de desarrollo social en la primera mitad del siglo XX era una limitante severa para que el banano trascendiera el efecto enclave. Solo en La Ceiba y San Pedro Sula colonias inmigrantes lograron establecerse y permanecer. Una definición más inclusiva de nacionalidad y una apertura proactiva a la migración nos hubiera permitido atraer españoles después de su Guerra Civil (como hizo México) y refugiados europeos de la Segunda Guerra Mundial.

Más bien, prevaleció un espíritu pequeño y localista, derivado de un confuso sentido de nacionalidad étnica y no cívica, olvidando nuestro origen como crisol de razas y costumbres. En vez de volver atractivo el venir, se tomó como oportunidad para robarle a los alemanes e italianos y prohibir la migración de afrodescendientes y asiáticos.

Internamente, hubiésemos podido invertir recursos públicos en infraestructura. El inmovilismo de un Gobierno que preciaba la estabilidad por encima de todo, impidió cualquier tipo de inversión pública mayor en infraestructura o educación. En particular la poca inversión en educación pública es inexcusable (un 7% del presupuesto nacional en 1940, contra un 19% en el Ministerio de Guerra), ya que esta era la única forma de formar personas para complementar los inmigrantes como motor de desarrollo.

La población educada o con recursos económicos excedentes era escasa. Además de sus números limitados, los incentivos habían sido de dirigir a las personas educadas a la burocracia o el derecho, y el capital a las rentas.

La mayoría del capital se encontraba en tierras rurales sin incentivo para inversión por la ausencia de penalidad fiscal por incultas. Una visión empresarial y de Estado hubiesen permitido tomar ventaja de estos recursos para iniciar el desarrollo.