La ausencia de desarrollo social en la primera mitad del siglo XX era una limitante severa para que el banano trascendiera el efecto enclave. Solo en La Ceiba y San Pedro Sula colonias inmigrantes lograron establecerse y permanecer. Una definición más inclusiva de nacionalidad y una apertura proactiva a la migración nos hubiera permitido atraer españoles después de su Guerra Civil (como hizo México) y refugiados europeos de la Segunda Guerra Mundial.
Más bien, prevaleció un espíritu pequeño y localista, derivado de un confuso sentido de nacionalidad étnica y no cívica, olvidando nuestro origen como crisol de razas y costumbres. En vez de volver atractivo el venir, se tomó como oportunidad para robarle a los alemanes e italianos y prohibir la migración de afrodescendientes y asiáticos.
Internamente, hubiésemos podido invertir recursos públicos en infraestructura. El inmovilismo de un Gobierno que preciaba la estabilidad por encima de todo, impidió cualquier tipo de inversión pública mayor en infraestructura o educación. En particular la poca inversión en educación pública es inexcusable (un 7% del presupuesto nacional en 1940, contra un 19% en el Ministerio de Guerra), ya que esta era la única forma de formar personas para complementar los inmigrantes como motor de desarrollo.
La población educada o con recursos económicos excedentes era escasa. Además de sus números limitados, los incentivos habían sido de dirigir a las personas educadas a la burocracia o el derecho, y el capital a las rentas.
La mayoría del capital se encontraba en tierras rurales sin incentivo para inversión por la ausencia de penalidad fiscal por incultas. Una visión empresarial y de Estado hubiesen permitido tomar ventaja de estos recursos para iniciar el desarrollo.
Más bien, prevaleció un espíritu pequeño y localista, derivado de un confuso sentido de nacionalidad étnica y no cívica, olvidando nuestro origen como crisol de razas y costumbres. En vez de volver atractivo el venir, se tomó como oportunidad para robarle a los alemanes e italianos y prohibir la migración de afrodescendientes y asiáticos.
Internamente, hubiésemos podido invertir recursos públicos en infraestructura. El inmovilismo de un Gobierno que preciaba la estabilidad por encima de todo, impidió cualquier tipo de inversión pública mayor en infraestructura o educación. En particular la poca inversión en educación pública es inexcusable (un 7% del presupuesto nacional en 1940, contra un 19% en el Ministerio de Guerra), ya que esta era la única forma de formar personas para complementar los inmigrantes como motor de desarrollo.
La población educada o con recursos económicos excedentes era escasa. Además de sus números limitados, los incentivos habían sido de dirigir a las personas educadas a la burocracia o el derecho, y el capital a las rentas.
La mayoría del capital se encontraba en tierras rurales sin incentivo para inversión por la ausencia de penalidad fiscal por incultas. Una visión empresarial y de Estado hubiesen permitido tomar ventaja de estos recursos para iniciar el desarrollo.