27/04/2024
09:42 PM

Educación y desarrollo

Juan Ramón Martínez

No hay que ser lector de Oppenheimer para saber que los países desarrollados han modernizado sus sistemas educativos. En Honduras, el deterioro del país --que nadie puede negar-- coincide con el debilitamiento del sistema educativo que se ha venido cayendo a pedazos desde 1963. No solo se ha cargado el currículo, sino que se ha verticalizado y centralizado, de tal forma que se olvida las realidades del país para entregarse a modelos que no tienen que ver con las circunstancias nacionales.

Entre los 30 y los 60, solo para poner un ejemplo de algo que no vemos ahora, el tiempo escolar estaba vinculado con el ciclo productivo. Ahora, los pobres tienen un calendario escolar cargado de cosas innecesarias; mientras las élites y los pobres que quieren dejar de serlo, evitan en lo posible --en los colegios privados que siguen el modelo de los Estados Unidos-- cumplir, porque son pragmáticos y realistas. Y con poca vinculación emocional con Honduras que es, consideran, “nación” de paso. Las universidades no escapan a este deterioro. Su silencio frente a la crisis que vivimos, su falta de compromiso con la investigación y su desinterés en crear un imaginario que anime y dé confianza al hondureño, son evidencias de su deterioro e inutilidad para el país.

Dentro de las celebraciones del Bicentenario, buscando que la memoria histórica sea reconstruida por el pueblo, evitando su exclusividad por los “académicos de escuela”, en un discurso que pronunciara, me referí al nombre de “La Academia del Buen Gusto y del Genio Emprendedor”, fundada por el padre José Trinidad Reyes con el fin de hacer un análisis de las dos expresiones que me parece más relevantes.

Y precisamente, más útiles que nunca para enfrentar la crisis que vivimos. No se puede dudar que la Unah, heredera histórica de esta academia, ha olvidado en sus tareas, el cultivo del buen gusto y la animación y creencia en el genio emprendedor. Tengo la impresión que la crítica demoledora que hiciera Ramón Rosa – posiblemente desconocida por el 99 de los dirigentes y líderes de la Unah – ahora, tiene más justificación que nunca. La principal universidad del país prepara empleados públicos, capataces de la empresa privada, en una calidad y una proporción que no tiene que ver con las demandas del país.

Y en términos políticos, nos ofrecen unos líderes poco comprometidos con el cumplimiento de la ley –que ella misma, la Unah, deliberadamente ignora con el largo interinato de Herrera y la anulación de la participación estudiantil que iniciara Castellanos– y, cuyo mejor ejemplo, en este momento, lo representan el actual titular del Ejecutivo y un número considerable de diputados que muestran escaso interés en defender la “Constitución de la República y sus leyes”.

Por ello, los electores no escogen entre los mejores como enseñara Reyes, sino en quien les da más cosas para el diario vivir; o las monedas para la movilización hacia protestas en las que ni siquiera creen. Y como resultado, tenemos que aquí solo en caso excepcionales nos gobiernan los mejores y los más honrados.

Pero, además, el sistema educativo nos ha obligado a reconocer que los hondureños no tenemos genio, que Dios no nos ha hecho cocreadores y es de su obra y que la única virtud es la de caminar con la cabeza agachada, avergonzados, pidiendo favores en forma indigna y negando nuestras capacidades creadoras que, cuando vamos a otros países, con otros sistemas culturales, cambiamos por conductas más dinámicas y creadoras. No creo que haya que decir más. Si queremos cambiar, hay que cambiar el sistema educativo, empezando por las universidades.