Conducir un vehículo o caminar por las calles de las principales ciudades de Honduras -seguramente en otras localidades más- es una aventura que puede convertirse en tragedia, lo que hace indispensable abordar el tema de la seguridad vial desde diversas perspectivas, considerando la multiplicidad de sectores involucrados.
Cuando hablamos de seguridad vial nos referimos a medidas para reducir riesgos de accidentes de tránsito, considerando tanto a peatones como conductores.
A inicios de este año, medios de comunicación compartieron que la Dirección Nacional de Tránsito (DNVT) registró en 2023 más de 14,500 accidentes de tránsito en Honduras y el fallecimiento de 8,220 personas en ellos. Si bien los datos son menores que en 2022, aún deben preocuparnos y, sobre todo, ocuparnos.
Las principales causas de los accidentes de tránsito, señaladas continuamente por las autoridades en la materia, son el abuso del consumo de bebidas alcohólicas y la falta de educación vial.
Cuando vemos reflejado en las noticias el dolor que embarga a las familias que pierden a sus seres queridos por la imprudencia de algún conductor que decidió saltarse las reglas, podemos palpar las historias que hay detrás de un número que puede parecernos distante y que engloba verdaderas tragedias.
Una sola decisión puede hacer la diferencia entre la vida y la muerte. Conducir un vehículo bajo los efectos del alcohol o de cualquier otra sustancia que altere los sentidos puede ser fatal para quienes lo hacen, así como para personas inocentes.
Por otra parte, hay que considerar que la educación vial no solamente es responsabilidad de los conductores, sino también de los peatones, que tienen derechos y también deberes.
El conocimiento sobre la Ley y el Reglamento de Tránsito es vital para toda la población. La necesidad de llevar a cabo campañas de comunicación no solamente para sensibilizar, sino también para educar, es muy importante.
Si bien cualquier iniciativa debe incluir a las autoridades en la materia, la responsabilidad debe ser compartida; es decir, debe contar con el apoyo decidido de gobiernos municipales, sociedad civil organizada y la empresa privada.
El desorden en las calles parece un símbolo del deterioro en otras áreas de la vida ciudadana. Allí convive la falta de conocimiento con la indiferencia, el egoísmo con la escasa noción de bienestar general, el incumplimiento decidido de la ley con la complicidad de todos.
El control y la seguridad en las calles se va convirtiendo en un sueño que se aleja de la realidad. A cambio tenemos una pesadilla de gente desenfrenada en el volante, ciudadanos de a pie que hacen lo que pueden y no lo que deben, de transeúntes envueltos en otras realidades, que se aglutinan en las esquinas para pedir dinero a cambio de una maroma, de limpiar vidrios o de la exigencia que roza con la amenaza. Hay niños y niñas en medio, pero nadie hace nada.
A vista y paciencia de todos, a diario, como parte de algo que terminamos asumiendo como destino, hacemos un enorme desorden que es una amenaza constante de accidente, de asaltos, de violencia de todo tipo. ¿Esperamos un reflejo más visible que ese de la indiferencia que nos invade?
La vigilancia en las calles es indispensable para hacer cumplir la ley, al mismo tiempo que se ponen en marcha medidas de educación y se llevan a cabo otras destinadas a la seguridad de toda la ciudadanía. Es urgente poner orden, parar el caos, recuperar la convivencia.